Se me ordenó adaptar una pequeña oficina para el Agente Palacios, otorgarle los apoyos que necesitara y hablar con el titular de la 9ª Comandancia, su jefe, para avisarle de la nueva encomienda y los elementos que solicitara para integrar su grupo, que se le proporcionaran todos los datos de la averiguación previa y otorgarle oficialmente su intervención en la investigación.
Ya con su nueva oficina, cercana a la mía, me entregó una lista de requerimientos: cinco compañeros de distintas comandancias; uno muy bueno para manejar todo tipo de vehículos terrestres con conocimientos de mecánica y otras habilidades; otros dos con experiencia en tiro y manejo de armas de fuego; y otros dos, muy corpulentos, de mayor estatura, preparados en artes marciales y lucha cuerpo a cuerpo. Ese sería su equipo de compañeros, como una escuadra militar. Además, solicitó un vehículo-patrulla oficial con radio; una grabadora portátil, una cámara fotográfica con ciertas características y binoculares potentes de largo alcance; luego comentó que él contaba con otro equipo o material que incorporaría cuando lo necesitara.
Así inició su trabajo el agente Palacios; dos días estuvo estudiando la averiguación previa, y los peritajes de criminalística de campo, de necropsia, de química en residuos gástricos, muestras de sangre, el resultado del análisis de muestras de contenido sexual (SAEK); objetos encontrados en la habitación, propios de la misma y del servicio a cuartos y ajenos al recinto o incorporados, lo que se denomina intercambio de evidencias, huellas digitales, huellas de calzado, cabellos, secreciones, fibras, etcétera, y fotografías de la escena del crimen, muchas fotografías.
A los cuatro días, el agente Palacios solicitó le otorgara un oficio de comisión para las autoridades de tres estados: de Morelos, del Estado de México y de Guerrero, para brindarles facilidades a él y a sus elementos sobre la investigación relacionada con ese número de averiguación previa; lo expidió el agente del Ministerio Público a cargo y con el visto bueno del director de Averiguaciones Previas, como se estilaba. Ya con el documento, solicitó apoyo económico para viáticos y gastos, sin decir nada, ni informar nada sobre su percepción del asunto encomendado, su estrategia, su avance, su seguimiento, nada, ningún comentario. Valga recordar que en esa época no había aún teléfonos celulares o móviles y la red de radio del auto solo abarcaba el entonces Distrito Federal y algunos puntos colindantes del Estado de México; así que recomendé al agente Palacios que se reportara una vez al día.
Durante ocho días a partir de que se ausentara para su investigación, el agente Palacios solo se reportó tres veces en otros tantos días; la última vez había sido solo para avisar que andaban en Chilpancingo, Gro., y que todo iba bien, ya hacía dos días de esa llamada. Pero aquel miércoles por la tarde, la abogada Carbajal, auxiliar en la Subprocuraduría, me avisó que el agente Palacios ya había retornado y le urgía que lo atendiera. No esperé más y fui a su oficina, donde estaban él y dos elementos de su grupo; se pusieron de pie, saludé al agente Palacios y le hice la seña de que me siguiera a mi oficina.
-¿Qué pasó señor Palacios?- Pregunté de inmediato. Y como con acento de fatiga o cansancio, respondió: -Listo licenciado, caso resuelto, ya detuvimos al bueno y está en una celda en los separos, llegamos hace rato-. Sonreí, a la vez que hice una expresión como de duda y continuó diciéndome: -Está confeso. Si gusta, vamos a que lo vea y platique con él-. Acepté y llamé al entonces joven abogado Hans López Muñoz, mi auxiliar, para que nos acompañara.
El agente Palacios me mostró en una celda, sentado en una silla y con una cobija en su espalda, a un hombre joven de aproximadamente 25 a 30 años, de complexión delgada, por no decir flaquito; de estatura baja, 1.65 m aproximadamente, de tez morena, con facciones muy finas, pelo abundante y de ojos negros con mirada evasiva. Desde la reja, le pregunté su nombre y contestó. Luego después pregunté cómo estaba y dijo que bien. Pregunté si había comido y asintió con la cabeza. Como es costumbre, le solté de sopetón: -Ya me informó el agente Palacios, ¿por qué mataste al Padrecito?- Y contestó con la cabeza gacha: -Es que me engañaba con otro-. Su acento afeminado era notorio.
Ahí comprendí el móvil y varios aspectos del hecho criminoso. Instruí a Palacios para que elaboraran su informe de estilo, reportando la detención y dejándolo a disposición del agente del Ministerio Público, para su posterior consignación. Los aspectos de la investigación ya me los detallaría después. Fue un exitazo para mi jefe y para la Procuraduría en General.
Continuará: La investigación y localización del criminal.