Después de varios días de estridencia sobre el caso resuelto y su difusión, dictado el auto de formal prisión en contra del inculpado y con parte del Informe Judicial de Investigación ya conocido, me entrevisté una tarde-noche con el agente Palacios y me explicó los detalles de su trabajo. Cedo la voz al propio investigador, quien largo y tendido me relató su caso.
“Mire licenciado, después de leer el expediente del crimen y hacer algunas anotaciones, fuimos directamente al cuarto del hotel, que se encontraba asegurado para verificar detalles y allí interrogar a los empleados de la recepción, del restaurante y a los ‘botones’, para identificar quién hubiera atendido a la víctima desde que llegó y describieran los visitantes que hubiera tenido” (recordar que antes no había videocámaras ni en el interior ni exterior).
“Otro compañero investigó si la Arquidiócesis de México tenía registro o conocimiento de la visita del clérigo y yo fui a Migración en Gobernación con algunos contactos para saber cuántas veces había ingresado al País, enterándome que había venido varias veces, pero hacía unos años, radicó aquí como seis meses y con la información de la Arquidiócesis se confirmó que participó en cursos para seminaristas, alumnos para el sacerdocio; así obtuvimos una copia del registro de esos cursos con fotografías de los asistentes. No tenían registro de su reciente visita, era privada, no oficial ni clerical; aunque seguramente venía con permiso o licencia”.
“En el cuarto se habían localizado dos vasos con residuos de bebida alcohólica; una botella vacía y una medio llena de vino de consagrar; una cajetilla de cigarrillos y varias colillas de estos en un cenicero; una toalla chica para manos tirada en el piso a la orilla de la cama y manchas húmedas en las sábanas; todo registrado en los peritajes. El cadáver aparte de la mutilación presentaba una huella de golpe contundente en la parte lateral del cráneo, cerca de la oreja izquierda, región temporal; además tenía la marca en el cuello de estrangulamiento, aunque por lo delgado de la línea fue con un cordón de las cortinas que localizaron trozado los criminalistas.
“Supusimos que el visitante asesino era alguien cercano al sacerdote, quizá hasta invitado por él y al ingresar seguro lo había visto personal del hotel. Así que, con las fotografías de los muchachos de los cursos, interrogamos a los empleados de la recepción mostrándolas, pero nada, en el restaurante y nada, a los taxistas de planta y tampoco, pero los bell boys o botones, uno de ellos sí identificó, pero no a uno, sino a dos visitantes del padre y los señaló, uno el día anterior al crimen y otro el mero día, porque inclusive les llevó una cajetilla de cigarros a la habitación y no tenía duda alguna. “Todas las evidencias arrojaban la hipótesis de un crimen pasional, aunque de tipo homosexual.
“Además estaban todos los objetos de valor del sacerdote, un crucifijo pectoral colgado en el closet, su anillo, inclusive su dinero. Así que se descartó el robo”.
“Con el directorio de los seminaristas fuimos a buscar al primero que estuvo en el hotel de visita el primer día, vivía por el rumbo de Azcapotzalco y nos dijo que sí estaba enterado del asesinato del padre y lo lamentaba; muy tranquilo platicó que cuando el padre venía lo llamaba para saludarlo y lo visitara. Le cuestionamos sobre su otro compañero (al que ya sospechamos como asesino) y nos dijo que sabía también visitaba al sacerdote cuando venía, que era muy retraído y de poco hablar, muy celoso de las amistades del padre con otros compañeros y en especial con él, aunque sabían que vivía en el estado de Guerrero, al parecer en Chilpancingo. Efectivamente, teníamos su domicilio en aquella localidad y hacia allá nos dirigimos.
“Organizamos un operativo primero de observación y vigilancia sobre el domicilio del muchacho, con dos vehículos, para su ubicación y sus costumbres, rutinas, actividades, durante dos días; al tercero fijamos la estrategia para seguirlo, procurar que anduviera solo, asustarlo y detenerlo al descubierto, o sea, en la calle, no dentro de algún recinto de trabajo, casa o negocio. Cuando vimos la oportunidad, lo acorralamos y como que él ya lo esperaba, supo que era por ese asunto, le dijimos ser policías judiciales y no opuso resistencia; lo subimos al vehículo oficial más amplio y de inmediato nos regresamos para acá.
“En el camino lo fui interrogando, grabando sus respuestas y confesó todo. Desde que el padre fue su maestro tuvieron relaciones, pero cuando regresó a El Salvador, abandonó el Seminario y desistió de su vocación. Pero siguió en contacto con el prelado y cuando llegó a venir de visita lo procuraba; pero en la última vez, se enteró que también llamaba a otros y los veía, pese a que le juraba estar enamorado solo de él y por eso decidió de una vez hacer “justicia divina”, para que ya no siguiera ‘haciendo mal’.
“Solo nos falló algo licenciado, fíjese que no localizamos el arma o navaja que usó para mutilarlo, porque nos dijo que la tiró en un depósito de basura en la Alameda, cuando salió del hotel y huir a Chilpancingo tomando el autobús y pues ya habían transcurrido más de ocho días”.
Así concluyó este caso, felicitamos al agente Palacios y su grupo, además de proveerles un estímulo económico; pero sobre todo ya contábamos con un investigador eficiente y confiable para otros asuntos posteriores. 
 

RAA

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