La semana pasada, el actor y productor de cine Eduardo Verástegui formalizó su intención de ser candidato a la Presidencia de México. No faltó quien se riera. Es un error. Puede ser que Verástegui no tenga experiencia política, pero sus ambiciones no son improvisadas. Tiene claro dónde está su nicho: irá por los votantes conservadores (los de verdad, no esa masa indefinible que vende el presidente López Obrador) desencantados ante la candidatura de Xóchitl Gálvez. Vale la pena mirar de cerca a Verástegui.

Un repaso por los últimos años de su actividad pública revela sus compañías y coincidencias. Sus redes sociales incluyen fotografías (y publicaciones entusiastas) con figuras como Boris Johnson, Jair Bolsonaro y Santiago Abascal, líder del partido de extrema derecha española, Vox. También aparece ahí Jack Posobiec, figura mediática vinculado al movimiento nacionalista blanco estadounidense. Verástegui comparte fotografías con el presidente salvadoreño Nayib Bukele, Jordan Bardella, líder de la extrema derecha francesa y José Antonio Kast, excandidato conservador chileno, además de varios representantes de la derecha húngara, incluido Viktor Orban.

En Estados Unidos, Verástegui es cercano al círculo más radical del trumpismo. Durante la elección del 2022, apoyó activamente a Kari Lake, la candidata trumpista al gobierno de Arizona (cuando conversé con Lake en un foro en Phoenix a pocas semanas de la elección, Verástegui estaba sentado a su lado antes de la entrevista). A tal grado se alinea la agenda de Lake con el trumpismo que, después de perder su elección por escaso margen frente a la demócrata Katie Hobbs, se negó a reconocer los resultados. A la fecha, sigue en la misma. A Verástegui no parece importarle. Semanas después de la elección, le agradeció a Lake un mensaje para promover la conferencia en México de CPAC, una de las principales organizaciones conservadoras de Estados Unidos. “Tu liderazgo y perseverancia defendiendo nuestros principios y libertades nos inspira a hacer lo mismo”, escribió Verástegui.

Pero Verástegui reserva su mayor admiración para Donald Trump. Su cuenta en Instagram está llena de publicaciones celebratorias del expresidente de Estados Unidos. “Los defensores de la libertad esperan su regreso”, publicó hace un año en una fotografía suya con Trump. Meses después, Trump envió su propio mensaje para promover el evento en México de CPAC. “Gracias a Eduardo por su liderazgo sobresaliente”, dice Trump. Verástegui le respondió. “Gracias por su liderazgo y perseverancia a través de los años, a pesar de las persecuciones, las mentiras, los insultos, la difamación, los ataques a los cuales se ha enfrentado”, dijo.

En sus participaciones en los distintos foros que comparte en sus redes sociales, Verástegui repite con gran disciplina el discurso de la derecha trumpista. Habla de supuestos fraudes electorales, conspiraciones comunistas, perniciosas agendas “woke” que atentan contra “principios y valores”. Se presenta como un outsider, antisistema. Adopta y pone apodos. Le llama “Sleepy Joe” a Joe Biden y Ke-mala a Kamala Harris. Pone en duda a las instituciones electorales (incluido en INE, a donde se fue a registrar hace unos días).

Aunque polémico, el mensaje de fe de Verástegui tiene un lugar en el debate público. Su larga lucha en contra del tráfico sexual infantil, que incluye una película exitosa y meritoria, es admirable. Pero, si quiere ser presidente de México, Verástegui deberá explicar el alcance de sus vínculos con las figuras que frecuenta —y con sus ideas. ¿Qué piensa, por ejemplo, del proyecto de declarar la frontera sur de Estados Unidos como escenario de una “invasión” formal, como sugirió su amiga Kari Lake? ¿Cuáles de los “principios y libertades” que defiende Lake le parecen tan dignos de admiración? ¿Qué piensa del proyecto de usar la fuerza militar estadounidense en territorio mexicano, como ha propuesto Donald Trump? ¿Está de acuerdo con aquella infame definición de los inmigrantes mexicanos en la que arraigó la campaña de Trump en 2016? ¿Concuerda con la construcción del muro fronterizo, o la militarización de la frontera? Sigamos: ¿Cree Verástegui que Trump y Bolsonaro perdieron de manera democrática y legítima sus respectivas elecciones o es, como aquellos, un negacionista electoral conspirativo? ¿Por qué repite el discurso que descalifica al INE? ¿Cuáles son sus posiciones específicas sobre los temas de la agenda social, como la interrupción del embarazo o los derechos de la comunidad LGBTQ (Verástegui ha dicho, por ejemplo, que aspira a que en México se vuelva a penalizar la interrupción del embarazo)? ¿Qué tan cerca está de la agenda radical de Vox, que encabeza su “buen amigo” Abascal? ¿Qué piensa de la migración? ¿Es Verástegui un nativista como Trump, Orban, Bardella, Bannon (al que llama “hermano”) o Johnson? ¿Qué de la política medioambiental? ¿Reconoce la importancia de combatir el cambio climático o cede al impulso de la teoría de la conspiración? ¿Qué piensa de la guerra de Putin contra Ucrania?

La lista es larga.

Contra lo que pudiera pensarse, Eduardo Verástegui ha construido pacientemente sus aspiraciones políticas en México. Se ha rodeado de gente de dinero y de influencia política en Estados Unidos, todos con una clara inclinación ideológica y cultural. En México, también parece tener aliados de alto perfil. Ahora tendrá que explicar sus asociaciones, de preferencia sin las descalificaciones a la prensa que acostumbran varios de sus admirados compañeros de viaje.

 

@LeonKrauze

Gsz

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