XXV domingo del tiempo ordinario

Para seguir explicando los misterios del Reino de los cielos, Jesús se apoya en la parábola de la viña (Mt 20, 1-16). Como lo comentan muchos, el viñador es el Señor, la viña es el mundo entero y los obreros somos todos, que estamos invitados a participar en dicha viña. Es una parábola que se presta para muchas reflexiones, pero esta vez quiero direccionarla hacia una cuestión, que espero cada quien la haga propia: Si hoy Dios te pregunta ¿Qué has hecho a favor del mundo del cual eres parte? ¿Has dado lo mejor de ti? ¿Qué respuestas puedes dar?

Comentando esta parábola, san Juan Pablo II decía que “las nuevas situaciones, tanto eclesiales, como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los creyentes” (Christifideles Laici n. 3). No comprometerse, decía el santo, ha sido siempre algo inaceptable, pero el tiempo presente exige un compromiso superior, de lo contrario somos culpables de la situación caótica del mundo.

En la parábola, el dueño de la viña salió al caer la tarde y vio que algunos estaban de ociosos, por lo cual los interpela: “¿Por qué han estado aquí de ociosos todo el día sin trabajar?  En esto, Dios nos hace ver que a nadie le es lícito permanecer ocioso. Dios nos llama desde el interior de la conciencia, nos llama en su palabra, nos llama en la fe, nos llama en cada sacramento; pero hoy nos llama intensamente a través de los acontecimientos. Los momentos difíciles que vivimos son el signo de que urgen personas comprometidas, dispuestas a trabajar tiempo extra por el bien del mundo.

La viña es el mundo, que el Señor pensó y diseñó como un paraíso donde pudiéramos vivir, reír, pensar, soñar, amar… pero ese paraíso, en muchos ámbitos, hoy aparece lastimado por el odio, el miedo, la violencia, la corrupción, el engaño y tantas conductas que no son dignas para el ser humano, ni mucho menos para los hijos de Dios. Pero estas situaciones también son permitidas por la indiferencia y la falta de compromiso de tantos. Por eso la pregunta del Señor, ¿Qué hacen ahí de ociosos?,  ¿qué puedes hacer por mi viña?

Trabajar en la viña del Señor, con la ilusión de abonar un granito a la gran obra de Dios, no tiene que hacernos pensar solo en pagos materiales, sino en la dicha de tener la oportunidad de ser invitado. Trabajar solo por afanes materiales ha causado envidias, descontentos e inconformidades en todo el mundo. Trabajar con la idea de ser fermento de bien es tomar el camino de Dios. La justicia y la paz se ven muy diferentes desde un corazón afanado en el bien, que desde un corazón movido solo por la envidia y las pretensiones meramente terrenas.

Para ser buen obrero en la viña del Señor, no sólo exijas, también piensa y actúa; no sólo cuestiones, también examínate y resuelve; no sólo señales, también únete y trabaja. ¿Qué más puedes dar a esta viña querida por Dios? Es necesario mirar cara a cara al mundo, a tu país, a tu comunidad y a tu familia, con sus valores y problemas, con sus inquietudes y esperanzas, con sus conquistas y sus derrotas. Esta es la viña y este es el campo de Dios, es nuestro campo. Sea el amanecer, media mañana, el pleno día o el caer la tarde en tu vida, no puedes estar ahí de ocioso sin hacer nada; Dios y los seres humanos te necesitamos.

Dios es infinitamente paciente y generoso, pero también exige respuestas concretas, inteligentes y, sobre todo, llenas de amor.

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