Como las dimensiones evitan la cercanía contigo, y habiendo tantas cosas que se quedaron sin decir, pensando cuál será la manera de hacer contacto, se me ha ocurrido la comunicación de corazón. Sí, esa que se siente silenciosa en el pecho, que veloz corre invadiéndome por entero, hasta que todo mi cuerpo me habla de ti y finalmente, comienzo a platicar contigo. 

Y será porque conozco la fuerza de las palabras, de esas que traspasan sin poder silenciarlas, que replican necias como las campanas, e irremediablemente vamos cargando en el equipaje como un sobrepeso. Si pudiéramos mirarlas, parecerían manchas de moho seco, como si un chiquillo hubiera dado tachones y borrones. 

Muchas veces, de no haberlas escuchado de ti, me habría puesto a dudar que salieran de esos mismos labios dulces que arreglaban mi mundo dándole seguridad, los mismos que cariñosos  besaban mi piel. 

A veces, se abren puertas en mí y se libera aleteando la memoria de tu voz, volando alto como una paloma mensajera para evitar tu desaparición total. Hoy, sale de mi almacén modulada y calma, se ha puesto un vestido de fiesta y da pasos quedos, suaves como el terciopelo, es  tersa y acariciante como una nube blanca. Me llama melosa con insistencia, haciéndome  sentir que si abriera los ojos, con toda seguridad estarías sentada al lado mío y podría volver a ver tus amados ojos. 

Sin embargo, me detiene la cordura y la amenaza del desengaño, así que prefiero seguirte escuchando tras mis párpados cerrados en medio de esa noche voluntaria, que contigo, posee la luminosidad de las estrellas.  

Pienso que si fuera posible saber el daño que causan las palabras, las contendríamos tras los labios, tragaríamos su ácido aunque nos intoxicara, pero evitaríamos dañar un corazón, lacerar con saña y ver la confianza sumergida en el fango de nuestra impiedad. 

No sé si tú lo ignorabas o si después lo supiste, si llevas el espíritu tachonado y vagas por el cielo con tu túnica percudida. De lo que sí estoy segura es que, de idéntica manera te afecto a ti, la traición es un boomerang que regresa haciendo mella. 

Entonces pues, ¿qué hacer con las malas palabras? No puedo extraerlas de mi cerebro como a la piedra de la locura y mostrarte en la palma de la mano su fealdad, ni lanzarlas al espacio para ser engullidas por un agujero negro, de esos que van limpiando las galaxias de estrellas que ya no quisieron brillar. 

Sintiendo tu compañía, en esta charla de negociaciones, que brotó de mi corazón como una flor que germinara tardía, te digo; aunque no pueda arrancar esa planta de malas palabras que sembraste hondo en mi tierra, prometo que ya no permitiré que crezca más, que cortaré sus raíces negras hasta que muera o permanezca en un estado de latencia sin seguir dañando. 
En un principio, creí que no había manera de comunicarme contigo, después de nuestra charla silenciosa, sé que no es así.

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