Hace una semana fue un aniversario más de los hechos acaecidos el 2 de octubre de 1968, en el complejo de edificios de departamentos de Tlatelolco, en su plaza cívica de Las Tres Culturas, en la Ciudad de México, relacionados con el llamado “movimiento estudiantil” de aquel año, después de varios episodios anteriores, por lo que ante la inminencia de la inauguración de los Juegos Olímpicos, ese día el Gobierno federal decidió terminar con esa situación que podría trastocar la buena marcha del otro acontecimiento y celebración internacional que se avecinaba.

Ya en otras entregas he mencionado que aún me encontraba radicando en esta mi ciudad natal, tenía 17 años y cursaba la enseñanza preparatoria, de tal manera que solo supe, como muchos otros compañeros, las pocas notas periodísticas que llegaban por estos lares; en resumen, no fui testigo de nada, y después solo por lo que he investigado ya de manera histórica.
Salí de León a la Ciudad de México hasta el 30 de noviembre de 1969, con la finalidad de estudiar allá e inscribirme en la Facultad de Derecho de la UNAM; así lo hice, e ingresé a mis primeras clases el 19 de marzo de 1970.

Ahora bien, lo que sí pude vivir, digamos cercanamente y aunque no estuve en el lugar de los hechos, conocí los antecedentes, motivos, convocatoria de la marcha y la forma en que se desarrollaron los hechos criminales del día 10 de junio de 1971, recordado fatídicamente como “Jueves de Corpus” y “El Halconazo”, cuyo evento evoca y da unos antecedentes y chispazos de la formación de un grupo especial clandestino de choque y represión dependiente del entonces Departamento del Distrito Federal, en su película galardonada “Roma”, el cineasta mexicano Alfonso Cuarón.

Obviamente que como reminiscencia del movimiento estudiantil de 1968, hacia 1971, seguía viva la flama de la masacre de aquel 2 de octubre, aunque hubiera sido ahogado en la sangre juvenil, los estudiantes seguían inquietos y grupos del Politécnico y de la UNAM acordaron revivir las demandas de libertad de expresión, libertad de manifestación y protestar contra los abusos del poder gubernamental, así como por la democratización del País.

Por ello convocaron para ese 10 de junio por la tarde, a una marcha que iniciaría en la sede del Casco de Santo Tomás, hacia el Zócalo, caminando por la Avenida de los Maestros, continuando a la izquierda por la Calzada México-Tacuba, a la altura de la estación del Metro “Normal”, pero solo lograron llegar hasta allí donde fueron interceptados y atacados por el grupo paramilitar identificado como “Los Halcones”, armados con palos largos usados en las artes marciales, como el kendo y algunos con armas de fuego.

Los muchachos se defendieron como pudieron y los más, corrieron, huyeron despavoridos buscando auxilio o refugio; los llamados a la policía capitalina fueron inútiles, pues eran de la misma corporación, aunque protegidos en el clandestinaje. La marcha fue disuelta como era la consigna; hubo muertos y heridos cuyo número, al igual que en el 2 de octubre de 1968, nunca se supo con exactitud. Ese día por la tarde en cuyo turno tomaba clase ese semestre, no iba a haber clases, por si queríamos ir a la marcha; me había puesto de acuerdo con dos compañeros para asistir, recuerdo el nombre de uno de ellos: Vicente Almazán Rivero, quien vivía cerca del evento en la colonia Tacuba donde quedamos de vernos e irnos juntos, pero antes me cité con mi novia de entonces o mi chica, pareja con quien andaba, para comer algo y luego irme, pero ella me convenció de mejor ir al cine; acepté y nos fuimos a la Sala Buñuel, o al Insurgentes 70, o al Roble, no recuerdo bien, pero cuando salimos ya por la noche, nos enteramos de la tragedia. El amor y mi preferencia por una mujer, o mi Ángel de la Guarda, me habían salvado de acudir a aquella marcha fatídica.

LALC

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