Pesadillas

Por Juan Carlos Cano*

Me encuentro en una cárcel de Celaya y se siente una vibra muy rara en este lugar. Las noches son muy pesadas. Los sueños se convierten en pesadillas. A mi compañero de dormitorio no lo deja dormir una pesadilla, dice que una muerta lo persigue en su sueño. Por casualidad yo tengo don de ver cosas de otro mundo y lo entiendo porque sé que todo eso existe. Le platiqué de mi don. 

En este penal veo gente muerta, le dije. Andan rondando por todas partes. Veo a las personas que fueron asesinadas por los internos en este lugar. Los veo tal cual fueron asesinados, siguiendo como una sombra a quienes los lastimaron. Andan con sus cuerpos descarnados, totalmente destrozados. Tienen sed de venganza. Ahora ellos quieren hacer lo mismo que les hicieron. Quieren lastimarnos y no descansarán hasta lograr su objetivo. 

Mi compañero se vio interesado. Continúa, ¿qué es lo que ves?, me dijo. 

Veo gente de todo tipo, de todas las edades y cómo fueron asesinados. 

La única que no he descubierto cómo es el alma de una niña que aparece en esta celda todas las noches. Parece estar sonámbula. Siempre con sus ojitos cerrados. 

Mi compañero se vio más interesado por esa niña.

¿Cómo es ella?, me preguntó.

Es una pequeñita como de seis años, su cabello es muy rizado, su piel blanca. Trae un vestidito lleno de flores con zapatos negros de charol. Tiene una carita angelical. Pero como te dije al principio… siempre trae sus ojitos cerrados. Ah, por cierto, trae unas tijeras en su mano derecha, como si le gustara mucho recortar. Y todas, todas las noches está aquí. Es muy paciente. 

Es ella, dijo mi compañero. Yo la maté. Yo maté a mi hija. Con unas tijeras le saqué los ojos y de esa forma murió. 

Cuando revelas la verdad de tu pesadilla, ellos vienen por ti, acoté. 

*Juan Carlos Cano Martínez. Actualmente en Cana, Celaya y conocido como el Profe. 

*  *  *

La cueva prohibida

Por Julio César Zamudio Villagómez*

Allá en el siglo XIX había unos campesinos que cuidaban sus animales. Tenía la costumbre de llevarlos siempre al mismo río para que tomaran agua y se refrescaran un rato, cuando uno de los campesinos se percató que una de sus vacas se estaba introduciendo a una cueva. Le comentó a otro compañero lo que había visto y que iría por ella. Al aproximarse a la cueva vio que la entrada era muy grande y que empezaba a bajar. El campesino empezó a descender y percibió una luz al fondo. Al seguirla encontró a su vaca, pero también vio que dentro de la cueva había muchos animales distintos y también se encontraba mucho oro.

Al campesino le empezó a ganar la avaricia y pensó en todo el oro que había allí. Además al llegar con la vaca vio que tres mujeres le estaban haciendo señas. Él decidió acercarse a ellas y vio que eran muy bonitas. Las mujeres le preguntaron si quería llevarse el oro. Y él contestó que sí, que sería algo muy bueno para que su vida cambiara, pues ya no sufriría hambre. Al oír su respuesta, empezaron a sonreír y le contestaron que todo el oro sería suyo pero debía cumplir una condición. Primero, tenía que sacar en hombros a una de ellas de la cueva y por más que escuchara voces en el camino de salida de la cueva no debía voltear hacia atrás.

Si volteaba, la cueva se cerraría. El campesino aceptó y cargó con una de las chicas en sus hombros. Al subir para llegar a la entrada, comenzó a escuchar voces de su madre que le gritaba que soltara eso que cargaba. Luego, escuchó más voces de sus familiares le suplicaban que soltara eso que llevaba. Mientras tanto, la mujer le decía al oído, no voltees, no voltees, y él seguía firme sin voltear. Al llegar a la salida de la cueva, su compadre lo estaba esperando y le gritó: ¡Compadre, suelte eso! Al hombre le ganó la curiosidad y volteó a ver lo que cargaba, que resultó ser ni más ni menos que un demonio. Era gordo, rojo como el fuego y con una voz le preguntó: ¿Por qué volteaste? El campesino lo soltó y el demonio cayó otra vez hacia el fondo de la cueva. Ésta se empezó a cerrar pero el compadre lo alcanzó a sujetar con mucha fuerza de una mano y lo ayudó a salir. Esto cuentan que sucedió en el cerro de Culiacán en Guanajuato. FIN

*Julio César Zamudio Villagómez reside actualmente en Celaya, gusta de leer y escribir relatos e historias de terror. 

 

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