Al igual que todo el mundo he andado en busca de respuestas, siempre hay historias que se quedan inconclusas, dudas que se van acumulando para finalmente, subir a la superficie de mis días y quedar flotando como insectos en una alberca.
Siempre ha sido así, y es que no siempre se tienen todas consigo. Como que ya se me ha hecho costumbre el no preguntar, tal vez por miedo a que me digan que no me inmiscuya en cuestiones personales y eso me avergonzaría, saco mis propias conclusiones. Y no es que me muera por saber todos los pormenores de las vidas ajenas, pero pienso que de conocer la parte oculta del iceberg, podría hacerme un juicio más completo y certero.
Si ésto me pasa con la vida de otros, imagínense con la mía, que no es la excepción y sucede lo mismo pero más exacerbado.He revuelto hojas de libros buscando teorías, escudriñando recuerdos ocultos de mi psique, he pulido palabras hasta que fueron filosas como bisturíes para después, abriendo capa a capa, ver las respuestas, que nacieron llorando, libres de ese vientre oscuro, de una gestación perenne.
A veces, en medio de una conversación, surge una duda que yo quisiera se me disipara, la traigo en la punta de la lengua tratando de articularle en palabras, hago un leve intento que cae fulminado con una mirada de reproche, cabizbaja desanda el camino, resbala en mi saliva como otro alimento.
A veces, pienso que las dudas son acumulables, y si se pudieran ver dentro de mi cuerpo, probablemente ocuparían un espacio considerable. Imagino que permanecen en grupo y decididas se unen ocupando alguna de mis extremidades, hay días, que las siento dormir la siesta recargadas en mis costillas.
A veces me pregunto, ¿de qué me sirve ser tan curiosa?, intuyo que de revelarse mis incógnitas sería peor para mí; transito pues gozando del beneficio de la duda, aunque muy dentro siento a la verdad latir como un gran corazón. Sin embargo, lo no expresado es un mundo alterno, es para mí un pequeño resquicio en el cual se guarece mi esperanza.
Porque obviamente, comienzo a cuestionar mi historia por ser el primer círculo concéntrico, debo confesar que las respuestas, pocas, han llegado sin previo aviso como los objetos que siembra el mar a sus orillas y la mayoría de ellas fuera de tiempo.
Aunque es cuestión de perspectiva, si se me hubieran servido a la mesa el plato caliente cuando no comprendía, muy probablemente me hubiera escaldado, o quemado irremediablemente con su agua hirviente. Sí, fue mejor entenderlas frías, cuando el magma de mi corazón tenía su consistencia de roca ígnea.
En realidad, todos tratamos de completarnos como los seres inacabados que somos, recolectamos en el tiempo para estructurar nuestra coherencia, y tal vez nunca comprendamos a plenitud a las personas y se perpetúen las interrogantes. A mí, confieso, cada vez me invaden más y con la madurez entiendo menos. En fin, un poco de curiosidad, no hace daño a nadie.