A través del internet sé que la cruz, como un símbolo de la fe, se originó en la antigua Babilonia. Según se relata, su forma apareció en la antigua Caldea como representación del dios Tamuz, a la manera de una mística inicial “Tau” que, ahora, ha llegado también a ser la decimonovena letra del alfabeto griego. Luego, con una causticidad insolente, generaciones humanas occidentales hicieron aparecer la crux o cruz latina que, en su forma más usada, es una línea vertical atravesada en la parte superior por una menor línea horizontal, para que a través de ella se llegasen a exhibir crucificados a enemigos indeseados y derrotados. Parece ser que entre las especies vivientes sólo el humano tiene en arraigo la bárbara costumbre de hacer manifiesta su conducta hegemónica.
A sabiendas pues de que en la antigüedad un significado relevante de la cruz fue prevalentemente una exposición pública de muerte, Jesús de Nazaret, en su sacrificio, la dotó entre sus maderos como un sentimiento de bondad que sobrepasó lo únicamente fúnebre. Así, por ello, la felicidad grande del pobrecillo de Asís, Francisco, se embargaba con la austeridad ínfima de dos simples tablas atravesadas o hasta la abigarrada imagen bizantina del Cristo de San Damián.
Si bien los medios de comunicación, con carácter público pueden llegar hasta casi lo apocalíptico, han alcanzado a tratar como suyo lo funesto; no miento demasiado al anotar que en general la lectura más buscada por los amantes de las letras es la que se acerca con mayor atrevimiento a la negritud. ¿No cree usted, estimado lector, que la batalla diaria concebida por el hombre contra sí mismo gana volúmenes y espacios inconcebibles? ¿No piensa que, si la antigua cruz siguiera simbolizando el fenecimiento de cada uno de los matados, cabría hacerse la pregunta en dónde se encontraría un espacio hueco para situar otra viga de abedul o pino?
El mundo cambia tal vez de manera infinitesimal en el día con día, sin embargo, en el pasar de una media centuria quedan muy claras las acciones del antes y el después en el ánimo de cualquier persona. Claro, lejos, muy lejos de las calificativas cruces, me tocó saber de los entierros a perpetuidad; también supe, después, del traslado obligado de restos óseos hacia las sagradas criptas y, ahora, talvez siguiendo la sentencia bíblica y más lejos de las cruces, un cuerpo muerto se crema apegándose al:” hombre, acuérdate que polvo eres y que al polvo volverás”.
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