Los seres humanos -este conjunto frágil de materia y de espíritu- transitamos por el universo siendo materia y energía, somos movidos por el motor de la esperanza, como posibilidad de que el mañana que soñamos sea un poco mejor al de hoy. Por eso, a pesar de las guerras y de la difícil realidad del odio entre hermanos, las personas hemos sobrevivido al horror.
La humanidad sobrevive por el ánimo que nos contagiamos para seguir respirando y de que nuestra descendencia sea feliz. Por eso hoy les comparto, gente querida, esta historia que no deberíamos los leoneses olvidar:
Se cumplieron 80 años de que llegaron en 1943 los menores polacos a León, en una de esas historias hermosas que tiene nuestro terruño. A Morelia habían llegado 345 menores escapando de la guerra civil española, pero “nuestros” polacos fueron más. Este agónico 2023 celebramos el 80 aniversario de la llegada de esos refugiados polacos a México y el 95 aniversario del establecimiento de las relaciones diplomáticas entre México y Polonia.
Y es que el 1 de julio y el 2 de noviembre de 1943, León albergó a casi 1,500 refugiados polacos quienes llegaron en dos transportes a lo que hoy apenas queda de nuestra estación de ferrocarril. Entre ellos había 800 niños, actualmente denominados por los historiadores como “Los niños de Santa Rosa”, pues aquí vivieron en esta maravillosa hacienda que es la Ciudad del Niño Don Bosco.
La orfandad y la vulnerabilidad es una realidad que nos debería increpar, conmover, pues los huérfanos son el eslabón más débil de nuestra sociedad al no tener lazos que les aferren a la vida. De acuerdo con datos de Unicef, este número es de 1.6 millones de menores en situación de orfandad (es decir, han perdido a alguno de sus padres); 131 mil debido directamente a la pandemia del 2020 y una cantidad enorme, por las guerras del narcotráfico. Y como nadie quiere adoptar y los trámites para lograrlo hacen imposible la adopción, las cifras seguirán creciendo en México y en Guanajuato.
Pero son las historias de este caminar de la orfandad las que nos deberían llenar de ánimo, pues el camino a la esperanza está lleno de historias que animan, que refrescan el alma y que deben ser escritas para ser contadas.
En 1982 conocí Ciudad del Niño Don Bosco y me di cuenta de que en el recinto estaba allí presente la trama de los polacos, pero no había vestigios en la hacienda; en los años recientes vi la necesidad de tener un memorial, un “museo de sitio”, para que las nuevas generaciones leonesas pudieran visitar Santa Rosa y nuestros descendientes constataran que el solo ánimo de vivir, siempre nos conduce a la esperanza.
Tan maravillosa fue la historia de 1943 a 1947 con los polacos en León, que Santa Rosa se convirtió en un símbolo de simpatía y hospitalidad mexicana, así como de una solidaridad internacional con los polacos que llegaron a México desde la “tierra inhumana” de los gulags y campos de trabajo soviéticos, después de su marcha por Irán, India, Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos. Aquí están los testimonios y el ejemplo de cómo se sobrevive en la pobreza, sin estirar la mano para pedir al gobierno. Aquí los menores polacos trabajaron para arar la tierra, fabricar su calzado y estudiar con lo poco que tenían. Aprendí que la “pequeña Polonia” debería ser conocida por más menores leoneses; que es cierto que “el trabajo todo lo vence”.
Por eso escribí el libro que ayer presentamos: “La pequeña Polonia”. Me abruman, pero me animan a vivir estas historias de vida. Son los menores quienes en su inocencia nos piden que caminemos junto a ellos. Son tantas historias de menores que alcancé a conocer (y yo digo que a formar), que necesitamos más ayudar a que los menores no pierdan su inocencia y construyan trayectos donde les abracemos cuando no tienen a alguien que les cobije y anime.
Bendita vida que me permitió conocer la historia de los polacos y ahora recibir a la delegación que viene de Europa y aquí en León reconocer a la descendencia polaca. Hoy como padre adoptivo constato a diario cómo los menores cambian su vida solo con el amor. Transmitirles una visión confiable del futuro para que olviden el dolor y sus heridas sanen. Ese es el camino a la esperanza.