Una de las razones por las que me temo que lo peor aún está por llegar en Medio Oriente es que la deshumanización mutua es la más salvaje que he visto en décadas de hacer reportajes desde esa región.
La invasión israelí de la Franja de Gaza está destruyendo túneles, depósitos de municiones y combatientes de Hamás, sí. Pero me temo que también está contribuyendo a pulverizar el reconocimiento de la humanidad compartida que, a largo plazo, permite a las personas vivir en paz, unas junto a otras. A su vez, el odio venenoso ya se está extendiendo a Estados Unidos y a otros países del mundo.
Pensaba en esto mientras conducía el otro día para reunirme con unos palestinos a los que se les permitió de manera temporal visitar Israel y se quedaron atrapados en Jerusalén Este. Mi taxista israelí se negó a entrar en el barrio palestino (“Si voy allí, no lograré salir”) y finalmente me dejó a un lado de la carretera para tomar un taxi palestino. Y cuando llegué a mi destino, entrevisté a una dulce mujer palestina de 57 años que me habló de la guerra y me dijo que estaba de acuerdo con los ataques de Hamás en contra de civiles israelíes.
Le pedí que se explicara, e insistió en que estaba bien incluso matar a un niño israelí de 5 años, porque “todos son judíos y sionistas”.
Esa conversación me rompió el corazón. Semejante fanatismo se nutre de la propaganda de Hamás, pero también de los bombardeos israelíes sobre Gaza: la mujer dijo que había perdido a dos primos a causa de los ataques israelíes, entre ellos a una joven casada hacía tan solo un año, y que llora a diario por el bombardeo de familiares y amigos en Gaza.
Mientras tanto, cuando el primer ministro Benjamín Netanyahu anunció la escalada de la operación terrestre el sábado, citó referencias bíblicas a los amalecitas, que fueron objeto de un genocidio divino. En la historia, la orden de Dios fue esta: “Matad a hombres y mujeres, niños y bebés”. Netanyahu no defendía esa política literal, pero Amalec, nación de donde provenían los amalecitas, es una palabra clave que aparece de manera regular en la política israelí para designar a un enemigo despiadado que debe ser aplastado sin piedad.
Algunos han sido más explícitos en su exégesis bíblica.
En un escalofriante video publicado en internet, un rabino de extrema derecha aconseja: “Puedes pensar que estás siendo misericordioso” al perdonar la vida de un niño, pero en realidad “estás siendo cruel con la víctima final que ese niño matará cuando crezca”. Y esto también me rompe el corazón.
Por supuesto que hay muchas otras voces que son misericordiosas y sensatas, y las he destacado antes. Pero cuando los niños de ambos bandos son masacrados y la gente tiene miedo, los extremistas invariablemente ascienden.
Ese es el patrón que ha prevalecido durante mucho tiempo en Medio Oriente: fueron los terroristas suicidas palestinos quienes llevaron a Netanyahu al cargo de primer ministro, y han sido los israelíes de línea dura quienes han alimentado a grupos extremistas palestinos como Hamás y la Yihad Islámica.
“Los extremistas se necesitan, se apoyan”, se lamentó conmigo una vez Eyad al-Sarraj, psiquiatra de Gaza fallecido en 2013. Se quejaba de que el bloqueo israelí de Gaza desde 2007 había convertido a los fanáticos de Hamás en héroes populares.
Ahora me temo que nos enfrentamos a una guerra prolongada que hará que la deshumanización en ambos bandos sea mucho peor.
Me asombra una encuesta según la cual el 51 por ciento de los estadounidenses de entre 18 y 24 años dicen que las matanzas de Hamás podrían estar justificadas. ¿Han visto la carnicería cometida por Hamás?
Ya hemos observado también amenazas mortales a judíos y agresiones contra ellos, y se han arrancado carteles de rehenes israelíes. Un niño musulmán de 6 años fue asesinado en un suburbio de Chicago en lo que fue un crimen de odio, según la policía: el niño fue apuñalado 26 veces. Me temo que habrá más de esto.
Este es un camino que no lleva a ninguna parte, y esa es una de las razones por las que espero que Israel frene los bombardeos y lleve a cabo más ataques dirigidos, evitando al mismo tiempo los combates urbanos a gran escala. Como sea que se le llame a la guerra de Gaza hasta ahora, no es dirigida. Con base en imágenes por satélite, The Economist descubrió que el trece por ciento de los palestinos han sufrido daños en sus hogares en solo tres semanas. Aunque el número de muertos en Gaza es difícil de precisar, y es probable que muchos cadáveres sigan sin contabilizarse entre los escombros, Unicef califica ahora a Gaza como un “cementerio de miles de niños”.
Los atentados del 7 de octubre de Hamás conmocionaron de manera comprensible a Israel: el presidente Joe Biden señaló que, si se ajusta a la población, el número de muertos fue equivalente a cerca de quince atentados del 11 de septiembre de 2001. También es cierto, como señaló mi colega Ezra Klein en su podcast, que Gaza ha sufrido el equivalente a casi 400 atentados del 11 de septiembre.
Según Save the Children, en las últimas tres semanas han muerto más niños en Gaza que en todos los conflictos mundiales juntos del año pasado. Según el recuento del Ministerio de Salud de Gaza, que depende del gobierno de Hamás, pero cuyas cifras son más o menos aceptadas por las agencias humanitarias y en el pasado han sido utilizadas por el Departamento de Estado, en promedio ha muerto un niño cada diez minutos en la guerra.
Y la guerra de Gaza apenas empezó.
No creo que esto sea políticamente sostenible para Israel, ni moralmente sostenible para Estados Unidos, ya que proporcionamos armas utilizadas para matar y mutilar a civiles. Tampoco creo que sea eficaz para proteger a Israel.
“Matar a líderes terroristas sin abordar la desesperación de sus partidarios es una tontería y produce más frustración, más desesperación y más terrorismo”, escribió Ami Ayalon, exdirector de la agencia de seguridad Shin Bet, en su libro de memorias de 2020.Aunque la deshumanización con la que me encontré en Israel y Cisjordania fue profundamente deprimente, me inspiraron quienes, en ambos bandos, presionan en favor de la reconciliación y la paz. Un enfermero palestino de Yenín, Mohamed Abu Jafar, cuyo hermano de 16 años murió a disparos de las fuerzas israelíes en la calle, frente a su escuela, es un ejemplo.
“El conflicto no se resolverá con acciones militares”, me dijo. “Porque ellos no pueden matarnos a todos, y nosotros no podemos matarlos a todos”.
El gobierno de Biden dice que ve con buenos ojos una pausa humanitaria, y debería presionar de manera más decidida para conseguirla, a fin de que sirva de ocasión para suministrar medicinas, agua y alimentos a los civiles, al tiempo que busca al menos un intercambio parcial de prisioneros. También debería pedir a Israel que vuelva a centrar su esfuerzo bélico más estrechamente en el propio Hamás, porque cada bomba adicional que alcanza a civiles nos hunde más en este cráter de odio y hará que sea más difícil salir de él, mirarnos a los ojos y encontrar un camino hacia la paz.
@NickKristof
RSV