El calentamiento global es real, pero no es el fin del mundo.
Bjorn Lomborg, False Alarm
Cada vez que una tormenta pega fuerte se afirma que es consecuencia del cambio climático. Lo hemos visto con Otis en Acapulco. La canciller mexicana Alicia Bárcena declaró en Washington el 2 de noviembre que el huracán fue un “llamado de alerta de los desafíos. En primer lugar, el cambio climático, sin duda”. No es la única. Después de evaluar los daños por Ida en Nueva York el 7 de septiembre de 2021 el presidente estadounidense Joe Biden afirmó: “El cambio climático representa una amenaza existencial a nuestras vidas, a nuestra economía, y la amenaza está aquí”.
Es lógico que se atribuya cada tormenta individual al cambio climático. Los científicos han advertido que este generará más tormentas y de mayor intensidad. La gran pregunta es si realmente ha ocurrido. A pesar de la destrucción provocada por Otis, Ida y otros ciclones, la respuesta es no.
Varios estudios lo han ratificado. “Desde 1900, ni la frecuencia de impactos en tierra de huracanes ni su intensidad muestran tendencias significativas”, escribieron en 2018 Philip J. Klotzbach, del Centro de Estudios Climáticos de la Universidad Estatal de Colorando, y colegas en “Continental U.S Hurricane Landfall Frequency.” publicado en el Journal of the American Meteorological Society. Savin S. Chand, de Federation University Australia, y colegas señalaron en 2022 en Nature Climate Change que hay “tendencias robustas de declinación en el número anual de ciclones tropicales en escalas globales y regionales durante el siglo XX”. Tsz Cheung Lee, del Hong Kong Observatory, y colegas concluyeron en 2020 que “para tasas de precipitación por ciclones tropicales” en la cuenca occidental del Pacífico “hay baja confianza en influencia antropogénica detectable” y “no hay evidencia suficiente o un balance de evidencia para concluir que cualquier cambio o tendencia. contenga una contribución antropogénica sustancial”. Ayesha Tandon, periodista científica, escribió en CarbonBrief en 2022 que “el cambio climático ha impulsado un descenso de 13 % en la frecuencia de ciclones tropicales desde tiempos preindustriales”. Gabriel A. Vecchi, de la Universidad de Princeton, y colegas señalaron en “Changes in Atlantic Major Hurricane Frequency Since the Late 19th Century” que no hay un cambio en la frecuencia o intensidad de los huracanes en el Atlántico desde fines del siglo XIX, pero sugieren que hay ahora un repunte después de un período de relativa calma entre las décadas de 1960 y 1980.
Bjorn Lomborg, del Copenhaguen Consensus Center, ha sugerido que la impresión de una mayor frecuencia e intensidad de huracanes se debe al “efecto CNN”: las tormentas y sus consecuencias tienen una mayor cobertura en los medios. Hay más daños humanos y materiales, pero por el número creciente de personas que se asientan en las costas. “La población de Estados Unidos creció cuatro veces en el último siglo”, escribió Lomborg en el New York Post en 2018, “pero ha aumentado 50 veces en las costas”. En México, Acapulco pasó de 55,862 habitantes en 1950 a 852,622 en 2020.
El calentamiento global es real y hay que tomar medidas para disminuirlo, pero por eso mismo es necesario entenderlo. Las consecuencias deben estudiarse, mas no con los gritos de alarma de activistas histéricos, sino con la ciencia que nos ha permitido identificar el fenómeno.
Lomborg argumenta que la reducción de la pobreza es la mejor arma para enfrentar el cambio climático. Una población más próspera se defiende mejor. Por eso no son aceptables las políticas de restricción de actividades que aumentarían la pobreza. Un Acapulco mejor construido habría resistido mejor el golpe de Otis.
Papeles
Cada uno tiene su papel. El gobierno debe ordenar, impedir el asentamiento en zonas de deslaves. Los privados deben reconstruir conforme a sus necesidades. Poner al gobierno a construir y a los privados a definir donde se asientan es una fórmula para al desastre. en Acapulco o donde sea.
www.sergiosarmiento.com
Gsz