De la muy larga lista de preocupaciones que aquejaban a la gente en Acapulco en las primeras horas después de la desgracia que sufrieron, una era particularmente angustiosa: el temor al olvido.

Así me lo dijo Berta, una mujer que había llegado a Acapulco el día después de “Otis” para buscar víveres. Llevaba 3 mil pesos en una bolsa que alguien le había arrancado cerca de la Central de Abastos. Iba a volver a su casa con las manos vacías. “No nos olviden”.

Lo mismo escuché en la Costera o caminando cerca del parque Papagayo, de cuya vegetación no queda más que miles de árboles tronchados. Me lo dijeron entre las casas destruidas de las colonias populares, a la entrada de la ciudad y, por supuesto, en las zonas rurales y más pobres, kilómetros adentro.

El temor de todos, era que, pasadas horas o algunos días del golpe del huracán, la atención del país -su gobierno, pero también su prensa- se fuera a otro sitio, se distrajera con alguna batalla menos urgente.

A diez días de la mayor tragedia en la historia de Acapulco, los miedos de su gente se han vuelto una realidad alarmante y vergonzosa.

Voces de gobierno sugieren que Acapulco ya está de pie, cuando sigue postrado.

Y es grave que, salvo algunas honrosas excepciones, en la prensa han comenzado a desaparecer las historias de sufrimiento específico de la gente en Acapulco. Tampoco tienen ya tanto eco las necesidades de la población, que sigue sufriendo por los retos inmediatos que dejó el huracán, retos multiplicados porque se trata de una ciudad turística.

¿Cómo explicar este fenómeno, este olvido?

En parte, quizás se deba a la estigmatización de la cobertura que se hizo desde el poder, comenzando en las primeras horas cuando el presidente de México decidió equiparar la cobertura periodística del sufrimiento de la gente en Acapulco con una campaña en su contra. Nunca ha sido tan claro que las víctimas reales estaban muy lejos de Palacio Nacional, y aun así el presidente optó por apropiarse de la narrativa de la víctima. Fue una desmesura. Una más.

Si el periodismo no está para contar las historias de las víctimas de una tragedia como esta, y señalar la negligencia de todas las instancias de gobierno pertinentes en la atención de esas víctimas, ¿para qué está?

En otras ocasiones puntuales, AMLO ha reconocido e incluso aplaudido la cobertura periodística de casos en donde el gobierno se ha quedado corto -por decir lo menos- en la atención a una crisis. Que amedrente a la prensa ahora que el señalado es él, o gobiernos que le son afines, es una muestra más de una avería moral profunda y, quizá, irresoluble.

Pero la hostilidad presidencial no es la única explicación. El periodismo mexicano tiene la obligación moral y la oportunidad única de contar la historia de esta tragedia, la destrucción sin precedente de una ciudad mexicana. Tiene las herramientas narrativas y la imaginación editorial. Lo hizo al principio y debe seguir haciéndolo.

Hace unos días, conversé con un periodista estadounidense que cubrió los primeros días del huracán Katrina y documentó lo que ocurrió con la ciudad de Nueva Orleans en las décadas siguientes. Me dijo algo revelador. Lo que comenzó como la crónica de la tragedia inmediata, pronto se convirtió en la ventana periodística para analizar la historia de atávicas desigualdades en la ciudad, la reinvención de su economía, el renacimiento de algunas zonas y la muerte definitiva de otras.

En Acapulco se debe hacer lo mismo.

La devastación del puerto es abrumadora. Recorrerla día tras día implica un desafío: ¿Cómo describir una ciudad en donde prácticamente cada rincón muestra las huellas de la devastación? La situación, hay que decirlo, es mucho peor de lo que cree quien no la ha visto con sus propios ojos. ¿Cómo hacerle justicia al paisaje actual, dantesco, pero vislumbrar también lo que sigue: el proceso de rescate y recuperación de una ciudad cuyos cientos de miles de habitantes dependen casi por entero del turismo como fuente de empleo? Las posibles crisis son demasiado numerosas como para detallarlas aquí. Pero algo está claro: no narrarlas de manera minuciosa, no registrarlas para la historia, sería una omisión imperdonable.

No hay que olvidar a Acapulco.

 

@LeonKrauze

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