Falta un año para la elección presidencial en Estados Unidos. Si las encuestas estatales aciertan y se mantienen, Donald Trump regresará a la Casa Blanca. Lo haría perdiendo el voto popular por millones, pero el peculiar sistema estadounidense le beneficiaría: necesita ganar un puñado de estados en los que, en este momento, parece llevar la delantera.
La fortaleza de Trump ha abierto la puerta a una reflexión urgente para Estados Unidos, y para aquellos países vinculados de manera irrevocable con Washington, entre los que México ocupa un lugar prioritario: ¿cómo sería una segunda presidencia de Donald Trump?
El propio Trump se ha encargado de responder. A lo largo de los últimos años ha dicho que una de las intenciones centrales y su segundo periodo sería una política activa de retribución. Ya sea por cálculo político, delirio narcisista o una extraña convicción, Trump de verdad parece creer que fue víctima de un fraude en el 2020. Esto, por supuesto, es falso, pero importaría poco en el diseño de un segundo periodo trumpista. Con todo el poder en las manos de nuevo, Trump regresaría a cobrarse cuentas pendientes. Y no contra figuras menores. El general Mark Milley, cabeza de las Fuerzas Armadas durante los últimos años de Trump y crítico activo de sus intentos de revertir los resultados de la elección presidencial, ha dicho temer que Trump trate de perseguirlo. Y como Milley, muchos.
En un segundo periodo de Trump habría una clara radicalización, comenzando por asuntos de la agenda que atañen a México. Por ejemplo: el New York Times acaba de publicar un reporte estremecedor, basado en entrevistas con funcionarios potenciales de la segunda presidencia trumpista, que sugiere que Trump piensa llevar a un extremo inédito su política antiinmigrante. Piensa deportar a millones de indocumentados. Planea revocar visas y programas humanitarios de protección temporal que le han permitido a millones hacer una vida honesta y trabajadora en Estados Unidos. Planea establecer campamentos masivos que faciliten la deportación y darle la vuelta a la legislación migratoria imperante para expeditar la expulsión.
“Cualquier activista que dude en lo más mínimo de la determinación del presidente Trump está cometiendo un error drástico: Trump desatará el vasto arsenal de poderes federales para implementar la represión migratoria más espectacular”, le dijo al New York Times Stephen Miller, artífice principal de las políticas antiinmigrantes de Trump.
La retórica trumpista ya ha comenzado también a subir el tono del discurso de odio contra los inmigrantes. La semana pasada, en entrevista con nMas, Trump sugirió que los migrantes cruzando por México eran enfermos mentales. Los comparó con Hannibal Lecter, el siniestro asesino serial del silencio de los inocentes, un chistorete que en el fondo esconde el profundo desprecio que ya manifestó en su primera oportunidad en el gobierno y que ahora pretende repetir.
Todo esto es una llamada de atención. Para México, en lo particular, una nueva presidencia de Donald Trump implicaría un desafío mayúsculo. Si Trump de verdad desata una maquinaria de deportación masiva, cientos de miles o quizá millones podrían terminar en territorio mexicano, inmersos en una zozobra que ya ha demostrado ser terreno fértil para la peor crueldad.
¿Cómo piensa responder el siguiente gobierno federal mexicano? Vendrán presiones mayúsculas. “Trump también usaría la diplomacia coercitiva para inducir a otras naciones a ayudar, incluso haciendo de la cooperación una condición para cualquier otro compromiso bilateral”, advirtió Stephen Miller en el reportaje del New York Times. Las amenazas de aranceles que consiguieron la pronta aquiescencia del gobierno lopezobradorista podrían parecer un juego de niños. ¿Qué harían entonces los gobiernos estatales e incluso las municipalidades? ¿Qué tipo de apoyo recibirían ciudades fronterizas como Tijuana, Matamoros o Ciudad Juárez, que han visto a decenas de miles de emigrantes sufrir en sus calles?
No son preguntas retóricas. Donald Trump ya anunció sus intenciones. Con una advertencia tan clara, no hay engaño posible.