El principal problema político, no sólo en México sino en el mundo, se puede resumir así: el triunfo del populismo autoritario con un ejecutivo plebiscitario ha venido eclipsando las instituciones de la democracia liberal.
El resultado ha sido el arribo de líderes que pretenden gobernar directamente a los ciudadanos apelando a una supuesta soberanía popular que los apoya sin ningún tipo de límites a su poder.
Aunque en Europa hemos visto estos liderazgos intentando minar las instituciones republicanas, como en Hungría, Polonia, Alemania, Francia o Italia, a ellos les ha tomado más trabajo lograrlo debido a la fortaleza de los regímenes parlamentarios, con su tendencia a minar la fuerza del poder ejecutivo.
En países con régimen presidencialista, como los que existen en Estados Unidos y América Latina, lo que ha sucedido en la era populista es el advenimiento de liderazgos hiper- presidencialistas que intentan gobernar saltándose las instituciones republicanas. El resultado ha sido ambiguo. Aunque causó estragos en sus respectivas sociedades, el hiper-presidencialismo populista en Brasil y Estados Unidos fue derrotado en sus versiones trumpistas y bolsonaristas.
En México se percibe una solución institucional al mal obradorista que ha promovido el crecimiento indebido del poder presidencial. Me refiero a la idea de los gobiernos de coalición.
Es muy posible que los gobiernos de coalición pronto sean regulados debidamente si los partidos aprueban una Ley al respecto.
Los gobiernos de coalición resultan de la convicción de diferentes fuerzas políticas – con doctrinas o posiciones ideológicas distintas – de que no se puede gobernar apabullando a otros, sino más bien de que el mejor régimen político es el que privilegia los acuerdos entre distintos y las negociaciones entre diversas posiciones.
Pero el gobierno de coalición implica también un arreglo institucional novedoso para gobernar, en el que las fuerzas coaligadas tienen claras las reglas del juego. Este tipo de gobierno promueve la hegemonía de las instituciones pero también su control por parte de cuerpos autónomos de fiscalización.
El futuro del país se funda indudablemente en una nueva concepción de gobierno a partir de un proyecto de país común y donde la gestión ocurra de forma concertada. Esto no quiere decir que no se escucharán y tomarán en cuenta a posiciones disidentes, sino que estas se encauzarán a partir de un proceso de negociación racional y razonable, sin gritos ni pataleos.
Se vislumbra ya en el camino el fin del hiper-presidencialismo y el nacimiento de una nueva República, donde, por fin, gobernemos todos y todas.
Conocemos muy bien las raíces de nuestro predicamento, quizás también ya tenemos la cura: el gobierno de coalición.
HLL