Me miras con disgusto, y dices con franqueza que te sientes enjuiciado por mí. No sé en qué momento de nuestra charla matinal, los malentendidos se inmiscuyeron curiosos en la conversación como ratones.
Te explico el sentido de mis palabras y mi visión de las cosas que no coincide con el tuyo, me parece ver que se suaviza tu mirada. Yo, ahora sin usar ningún tipo de interrupciones, te escucho sin refutarte nada.
Nos construimos, tenemos distintas ideas y creencias que nos salen al paso sin ponernos a reflexionar quién nos la sembró en el corazón. Desde siempre las hemos asumido como nuestras sin cuestionarlas, sin revisar si eran obsoletas, de parte de quién venían y si tenían fecha de caducidad. Sin embargo como el que calla otorga, añado algunas puntualizaciones de mi bagaje personal a tus palabras que tampoco parecen ser de tu agrado. Me miras con seriedad, no dices nada, no abres esa puerta, al igual que yo prefieres la paz y optas por el silencio.
Sintiendo que piso terrenos pantanosos retrocedo tocando mejor temas ligeros que no nos comprometen a ninguno. De reojo, veo al roedor frustrado esconderse junto a la pata de la mesa y con agilidad alejarse corriendo. Respiro tranquila, ya no hay peligro.
Como sé que tenemos diversos criterios y sobretodo que le damos a las cosas distintas interpretaciones, el no coincidir entonces contigo, no me hace tu enemiga, simplemente yo no pienso así. Me costó mis años estructurarme de esta manera, para simplemente y por no contradecirte, afirmar que estoy completamente de acuerdo. Tú lo sabes, bajas los brazos rendido con abnegación. Hoy no fue el día.
Sabemos que lo más difícil de esta vida son las relaciones humanas, y como no vamos a renegar de nuestro parentesco, y menos por nimiedades, seguimos tomando nuestro café con otro tema emplatado sobre la mesa. Nos conocemos y preferimos rodear las cercas electrificadas, seguir la señalética de nuestras expresiones como los expertos en que la vida nos ha convertido, que arrollar imponiendo nuestras ideas.
Un tiempo, creí que debía de estar de acuerdo en lo que decían los demás probablemente para evitar disgustos, mi inmadurez e inexperiencia no me daban para más, prefería ceder a discutir, estaba muy lejos de defender mi criterio, mi independencia, mi autonomía. Pero fueron otros tiempos. Los ratones entonces, trepaban a las encimeras, se atusaban los bigotes con desvergüenza subidos a la mesa, y yo fingía no verlos, me faltaba valor para correrlos de mi vida en desbandada. Ingenuidad, probablemente, falta de pericia, inmadurez, puedo poner mil adjetivos. Basta ya.
Afortunadamente nosotros, hemos cambiado el tema, escogido otra senda para transitar tranquilos, hacemos gala de la inteligencia emocional que hemos adquirido, que no niega nuestras diferencias ni nuestras opiniones. Dejamos de lado temas intrascendentes, ya que finalmente, en lo elemental, sí estamos de acuerdo, y los ratones están de sobra en esta historia.