El paciente sufre de delirios de persecución, alucinaciones -afirma recibir los consejos de sus perros muertos-, coprolalia o acaso síndrome de Tourette -no para de gritar frases como gusano arrastrado, zurdo de mierda, pelado asqueroso, chupasangre, parásito, enano diabólico o parásito de mierda-, drásticos cambios de humor -pasa de la euforia a la catatonia en unos segundos-, arranques de agresividad, en los que se le inyectan los ojos de sangre y, por supuesto, un trastorno narcisista extremo que lo lleva directo a la megalomanía. Sería el manido caso del interno en un psiquiátrico que afirma ser el presidente de Argentina si no fuera porque es el presidente de Argentina.

Hace unos días, una amplia mayoría de ciudadanos lo eligió para el cargo. Su programa de trabajo incluía desmantelar el Estado -para que no hubiera duda sobre lo que quería decir, empuñó una motosierra-, con excepción del Ejército -lo cual no deja de tener ominosas resonancias entre nosotros-, eliminar el Banco de la Nación, ilegalizar el aborto, privatizar todas las empresas públicas -comenzará con la petrolera YPF-, romper relaciones diplomáticas con China y Brasil -y, a como vamos, de seguro con México- y dolarizar la economía. Suele definirse como libertario, una corriente radical del liberalismo que pretende darle total libertad al individuo, pero que lo vuelve solo una mercancía: de allí que esté a favor de la libre venta de órganos tanto como de armas.

Todo suena a la verborrea de un lunático, pero, otra vez, fue el candidato elegido por gran parte de los argentinos. Poco importa que muchas de estas promesas sean incumplibles o que Milei una vez más vaya a contradecirse, como cuando después de llamar a su adversaria de derecha, Patricia Bullrich, “asesina de niños”, la incorporó a su campaña (más demencial resulta, por supuesto, que ella haya aceptado). Todo lo que aparece en el párrafo anterior Milei lo dijo: quienes lo votaron lo oyeron y, a pesar de ello, o más bien justo por ello, lo votaron. No hay, de su parte, ningún engaño: aunque todos los políticos de ultraderecha piensan más o menos como él -ese equipo que él mismo se ha encargado de exhibir como si fueran los Vengadores: Bolsonaro, Kast, Meloni, Abascal y el capitán Trump-, por lo general intentan no decirlo o suavizarlo. Milei no: esa es la novedad que encarna.

La pregunta inmediata es: si a un loco lo votan millones, ¿quién es en realidad el loco? Pero, por más que algunos quisieran zanjar el asunto con esta apresurada conclusión, no debemos quedarnos allí. No hay duda de que, dado que la democracia es el gobierno de la mayoría, basta con que esta se articule para votar a cualquiera (de ahí la desconfianza de Aristóteles). En 1933, Hitler fue elegido así, y decir que los alemanes de la República de Weimar estaban locos es no decir nada. Más bien: ¿qué grado de desesperación o de furia -dos condiciones asociadas con la enfermedad mental- debe tener alguien para elegir no solo a un loco, sino a un loco que se presenta como tal? ¿Qué trauma tiene que haber sufrido para entregarse voluntariamente a la locura? (¿O para celebrarla, como tantos en la derecha e incluso Xóchitl Gálvez?).

Lo sabemos: las élites argentinas que han gobernado al país a lo largo de los últimos decenios son las culpables: el peronismo, sin duda, pero también la oposición. En casi todos los casos, han sido políticos -la casta- que no han hecho otra cosa que medrar y enriquecerse: seguir sometidos a ellos parecería, por supuesto, una locura. Como lo es haber nombrado candidato peronista al responsable de la catástrofe económica. La desesperación y la furia de millones no es, sin embargo, una locura: es la reacción normal ante la adversidad. Lo terrible es que, en vez de acudir a un psicólogo -como numerosos argentinos suelen hacer cada semana-, esta vez optaron por la motosierra. “¡Locos!, ¡todos locos!, todos locos, salgamos a volar, quería mía”, dice la Balada para un loco de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer. Solo recordemos que la correcta traducción del libro de Erasmo sería Encomio de la estupidez.

@jvolpi

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *