Nuestro querido León no está exento de la realidad social y de criminalidad que tiene todo México. Basados en “datos duros”, no vivimos en Guanajuato el drama de la violencia por habitante que tienen otros estados, donde incluso, a través del Departamento de Estado, los Estados Unidos han emitido numerosas alertas de viaje, entre las que se encuentran Colima, Guerrero, Michoacán, Sinaloa, Tamaulipas y Zacatecas, pero tenemos lo nuestro. Con datos de la Sectur federal, tenemos en el País, estados y regiones a donde los visitantes nacionales ni de chiste ya viajan o a donde hacerlo de noche es incrementar la probabilidad de ser asaltado o secuestrado y aunque Guanajuato y sus ciudades turísticas, no entran en esa lista de peligro, ya tenemos eventos que nos podrían incluir allí.

¿Qué nos ha pasado que nuestro amado México cambió tanto? ¿Cómo rompimos el tejido social y provocamos que cientos de miles de personas vivan del crimen? Mucho dejamos de hacer para que desde pequeños, niñas, niños y adolescentes, entraran en entornos traducidos en conductas y estas en adicciones y estas en conflicto con la ley. En las edades tempranas, cientos de miles de chiquillos entran a la desesperanza y a la pérdida de valores y se transforman en jóvenes que consumen drogas, delinquen y matan, perdiendo el sentido sobre la vida que nos hace plenos y felices. Requeriríamos muchas más personas dedicadas a la educación y a la rehabilitación de menores. Pero no las hay.

Y cuando se dan ya las conductas de riesgo y las adicciones, el gobierno, empresas y sociedad, volteamos para otro lado. Cuando somos capaces de acabar con la vida de los demás, perdemos todo. Por eso, quien da la vida en prevenir estas conductas, debe ser reconocido y apoyado, pues miles de jóvenes luchan a diario contra ellos mismos en cantidad de centros, para salir del drama de la muerte y del crimen. Por eso, pensando en ellos y en quienes exigen a la autoridad acciones contundentes para contener y controlar, merecen el respeto social y en muchos casos, reciben el reconocimiento y el cariño de la gente buena que no sabe ya cómo defenderse.   

No conocí a Adolfo, sino indirectamente por su familia y por cantidad de gente que le tenía como referencia. También por amigos en común de nuestra Ibero León. Y como nadie tiene absolutamente comprada la vida, entró en ese límite de la fragilidad humana y del riesgo inherente a vivir en este País al denunciar, en este espacio, donde solo podemos mover la probabilidad de seguir vivos. Su muerte fue de alto impacto local, regional, nacional e internacional, tanto como la intervención del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos.

La ciudadanía, cuando habla o denuncia, no tiene ninguna protección, las autoridades, sí, pues les cobija el Estado. En este País donde no se cumplen las leyes y tenemos total impunidad, solo nos movemos en el mundo de las probabilidades y lo único que podemos hacer en estas décadas donde la cifra solo de asesinatos con violencia en el sexenio de AMLO, se acerca a las 170 mil, es reducir la probabilidad de morir de acuerdo con las decisiones que tomemos sobre nuestras actividades, horarios, redes familiares y sociales. Solo eso y caminando en invertir en proyectos de regeneración de la vida entre los menores en condiciones de riesgo, pues no es con publicidad o con congresos como se logra la prevención, sino en la intervención directa en los proyectos de vida con ellos.

La partida de Adolfo se da junto con muchas más personas a quienes la muerte le salió al encuentro y a él, en la Hernández Álvarez al cobijo de las sombras. Su funeral fue el reflejo de cómo las personas deberíamos dejar huella. No es la fosa común -donde reposa quien respiró en la vida sin dejar nada bueno-, sino de quien dejó en esta existencia “algo” que los demás valoran y por ello le regalan flores, pensamientos, buenas vibras o veladoras, que son al final, el suspiro del aliento de la cera que se eleva para regalarle a quien parte, un recuerdo. Y Adolfo tuvo eso que deberíamos tener todos al escapar al viento: el agradecimiento con una veladora.

 

RAA

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