Hace ocho años, en el 2015, Samuel García y Mariana Rodríguez comenzaron a “andar” luego de un par de mensajes por Facebook. Él tenía 27 y ella 19. Se conocían dentro del reducido mundillo de la aristocracia regia, con sus particulares cánones y códigos implícitos.  

Salieron por primera vez en Puerto Vallarta. Cena y antro, comida al día siguiente y un ride al aeropuerto. Una semana después, ya eran novios. Ellos mismos, con distintos matices, cuentan su historia en múltiples publicaciones de las redes. Uno de los tristemente más célebres fue en Instagram, el 19 de febrero de 2020, respondiendo a la pregunta de sus seguidores, “¿Cuánto estuvieron hablando antes de que anduvieran formalmente?”, Mariana responde: “una semana”; a lo que Samuel replica: “¡7 días!, facilona, piruja”; y lejos de molestarse, Mariana, riéndose, dice, “no se aguantó”.

Casi un mes más tarde, el 27 de marzo de 2020, en pleno inicio de la pandemia, se casaron en una ceremonia íntima que terminó convirtiéndose en un circo mediático.  

Samuel y Mariana han sido una pareja acostumbrada a estar en el ojo del huracán. Están acostumbrados a compartir su intimidad, sea buena o mala. Por ejemplo, aquella ocasión en que él le reclama por enseñar pierna hasta la improvisada respuesta de ella, “¿quieres ver mis tenis?, fosfo, fosfo”.

La pareja es, pues, un reflejo aspiracional de esta generación, un producto cultural de esta era de hiperestimulación digital, en donde todo es transparente, todo se muestra, todo se improvisa, todo se comparte.

Son electoralmente peligrosos porque están hablándole a un sector clave, casi todos los menores de treinta años se identifican con la pareja, aunque no necesariamente votarán por ella (esta es una campaña dúo, Samuel no vale nada solito, van en paquete), pero los entienden, les hacen gracia y sienten abierto un canal de comunicación.  

Es difícil pensar en su triunfo para 2024, pero en estos días han demostrado que su irrupción podría no ser solo testimonial, máxime si tomamos en cuenta que la población entre 18 y 30 años ronda los 35 millones de personas de los 97 millones de posibles electores, es decir, casi un 40%.

Quizá sea esa la razón por la que el Frente Amplio comienza a preocuparse y a enfrascarse en un pleito estúpido con Movimiento Ciudadano: la acusación de que son esquiroles de la 4T y que van a dividir el voto de la oposición ya no da mucho más. La campaña de Xóchitl Gálvez hoy parece un tanto estancada, confusa y desdibujada, arrancar la campaña para el próximo año con números cerrados entre el segundo y tercer lugar puede ser fatal para los aliancistas y una bendición para la 4T que ya mira con recelo el crecimiento fosfo, como si de pronto el enemigo concertado se le saliera del huacal, pero nada preocupante. 

Samuel y Mariana son este fenómeno que nos golpea en la cara y cierra bocas de analistas y expertos, que nos obliga a abrir los ojos frente a una sociedad que está urgida de nuevas y frescas propuestas.

Samuel y Mariana pueden ser ese producto cultural que muchos no entendemos. ¿Por qué Bad Bunny fue el más escuchado de 2022 y Taylor Swift de 2023?, ¿por qué ser una Bichota puede ser algo aspiracional en la misma generación que se define ultrafeminista?, ¿por qué no pasa nada cuándo en bromas él le dice piruja a ella y las redes sí estallan cuando Fox insulta con el término “dama de compañía”?, ¿cuáles son los nuevos lenguajes?, ¿los nuevos códigos?, ¿por qué ya no basta con decir groserías y hablar de “huevos” para ser disruptivo? 

 

De Colofón

 

En el búnker de Claudia Sheinbaum saben que han llegado al techo, el cuidado es extremo, de ahora en adelante todo es riesgo, calculan un saque de 25 a 30 millones de votos y de ahí no dan para más. Si vota la mitad del padrón, 48 millones de personas, tendrían más del 50% asegurado. La cosa cambia a focos rojos si el porcentaje de votación sube del 65%.  

Y todavía faltan 183 días para la elección.

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