En la primera entrevista que concedió a un medio internacional, el 2 de septiembre, Xóchitl Gálvez le dijo a El País que había obtenido la candidatura del frente opositor gracias a su personalidad propia, a ser disruptiva y a considerarse una outsider. Hacía poco que se había decidido a lanzarse a la carrera por la Presidencia y su carácter irreverente, su ingeniosa manera de responder a los constantes ataques de López Obrador y su historia de vida le concedían una bocanada de aire fresco a una oposición que en ese momento se hallaba contra las cuerdas, desprovista de otro programa que criticar al Presidente y sin ninguna figura popular capaz de enfrentarse a Morena.
Su repentino éxito en las encuestas se vio empañado por la decisión cupular de los partidos de la Alianza de impedir su duelo con Beatriz Paredes -un primer signo ominoso de lo que habría de ocurrir después-, pero la satisfacción general por contar con una mujer como ella, surgida de uno de los estados más pobres del país, con una trayectoria de superación y esfuerzo innegables, y no manchada por su militancia en ninguno de los partidos tradicionales, provocó que esta falla de origen pasara a segundo plano.
A pregunta expresa de la periodista Carmen Morán sobre su posición ideológica, Gálvez no dudó en definirse como de “centro, centro izquierda”: su trayectoria como legisladora independiente, su reconocimiento de la desigualdad, su oposición a la criminalización del aborto y su vocación hacia los más desfavorecidos hacían pensar que era cierto. “No me gustaría que me encasillaran, que me encajonaran”, añadió, y sus palabras volvieron a despertar las esperanzas de que México iba a contar con dos mujeres progresistas como principales candidatas a la Presidencia.
Apenas tres meses después, la Xóchitl Gálvez que se ha convertido en precandidata única de la ahora llamada Coalición Fuerza y Corazón por México se parece muy poco a aquella Xóchitl Gálvez. Bastaron estas semanas para que el PAN, más que el PRI -a cuyo presidente ella desdeñó, con razón, en uno de sus lapsus- o el PRD, se encargasen de encasillarla y encajonarla por completo: de la mujer progresista que abanderaba el descontento general contra López Obrador no queda hoy casi nada.
En primer lugar, decidió desmarcarse de sus posiciones a favor del derecho a decidir de las mujeres con el pretexto de no ofender a quienes la apoyan y piensan lo contrario; luego, celebró el triunfo del ultraderechista Javier Milei en Argentina, a quien Felipe Calderón había apoyado de manera explícita; y, en fin, acabó rodeada por el equipo del expresidente, cuya estrategia de seguridad -es decir: la guerra contra el narco y el inicio de la militarización del país- se atrevió a encomiar. La outsider ha desaparecido por completo, devorada por los sectores más conservadores y reaccionarios del PAN: de su personalidad propia solo quedan, después de esta maniobra, sus desplantes de agudeza o su florido vocabulario. Muy poco como para lograr que la mayor parte del país termine por apoyarla.
Devorada por el aparato partidista, Xóchitl Gálvez ha perdido de vista que el apabullante triunfo de López Obrador en 2018 se debió al repudio generalizado por lo que representaban el PAN de Calderón y el PRI de Peña Nieto: de un lado, la abrumadora violencia desatada por la arrogancia del primero y, del otro, la inaudita corrupción originada en la venalidad del segundo. La única posibilidad que tenía de obtener una victoria sobre Claudia Sheinbaum consistía en apartarse lo más posible de estos partidos, de formar un nuevo equipo de jóvenes tan disruptivos como ella afirmaba ser, de preservar a toda costa su independencia y su agenda progresista y de oponerse, con un programa imaginativo y novedoso, tanto a la peor herencia del PAN y del PRI como al populismo de derechas de López Obrador.
Por desgracia para México, en la confrontación entre la Xóchitl de septiembre y la de diciembre, parece haber ganado la segunda: aquella que no logró que los partidos que la apoyan la “dejaran ser”.
@jvolpi