En estos días la Segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nacional (SCJN) emitió un fallo por unanimidad en el que revoca la suspensión definitiva de los eventos taurinos de un fallo previo en favor de una asociación civil.

Aunque aún es demasiado temprano para determinar si las corridas de toros ya podrán llevarse a cabo en la Ciudad de México este mismo diciembre, lo cierto es que los partidarios de la tauromaquia tienen razón para sentirse optimistas a raíz de este fallo.

La cuestión ética sobre este asunto es sin duda controversial. Quienes rechazan que se lleven a cabo corridas de toros ciertamente tienen un punto en argumentar que se puede tratar de ceremonias donde se tortura y asesina a animales. Lo que ellos ven son eventos crueles que atentan contra la integridad y los derechos de los animales. De acuerdo con esta idea, la humanidad ha progresado moralmente en los últimos años y ha integrado los derechos de los animales al repertorio civilizacional contemporáneo.

Por otro lado, los defensores de la tauromaquia ven en las corridas de toros una tradición cultural que conviene preservar. Insisten en que si se tuvieran que prohibir los eventos taurinos, entonces habría que clausurar todas las instancias en que los animales sufren. ¿Habría que cerrar toda la industria ganadera, porcina o avícola de donde proviene la mayor parte de la alimentación humana? Parecería extravagante proponerlo.

Los defensores de la tauromaquia suelen también agregar como argumento que la industria de toros es una gran fuente de empleos y que si se clausuraran las corridas de toros muchos de estos se perderían. La debilidad de este argumento es que hay y ha habido actividades tan moralmente reprobables en la historia y el presente de la humanidad que el hecho de que den empleo a mucha gente no implica que debamos permitirlas. El argumento económico aquí depende de la fuerza del argumento moral. 

La dificultad de la cuestión es patente también en la forma en que nuestro máximo tribunal ha cambiado de opinión en los últimos años. No parece una decisión zanjada de una vez y para siempre. Podría tratarse de uno de esos casos en que la práctica humana va determinando la legitimidad de la acción.

Quienes se oponen a las fiestas taurinas argumentan que los jóvenes en México y, quizás, en todo el mundo, ven en ellas claramente un ejemplo de crueldad por parte de los seres humanos contra otra especie más débil. Si este fuera el caso en el futuro, nadie podría evitar el eclipse de la fiesta de toros, tal y como la conocemos.

Pero podría ser el caso de que en esta misma generación o en generaciones futuras el gusto por la tauromaquia vuelva a resurgir entre suficiente número de gente para hacerla atractiva de nuevo. Nadie conoce de qué está hecho el porvenir.

Lo que es cierto es que la nueva decisión de la SCJN generará un debate que continuará por muchos años.

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