Poco a poco se ha empezado a esparcir una visión diferente del origen de nuestra mexicanidad. Es crucial, porque desde el poder mañanero se han empeñado en enraizar la nefasta tradición de que nuestro origen es el de los indígenas vencidos por los españoles. Y siguiendo a pie juntillas este cuento, hemos prohijado un enorme complejo de inferioridad, en combinación con una dañina proclividad por una pobreza perenne, que nos la recetan como una extraña virtud de nuestra actual sociedad. Debemos tratar de desenraizar estos tabúes y empezar a mirar otros horizontes. 
Las narrativas nacionalistas comúnmente se encuentran sustentadas en mitos o hechos selectivos, que demuestren actos gloriosos u orígenes memorables de los cuales se enorgullezca el ciudadano actual. Así los romanos, a través de Eneas, resultan descendientes de los troyanos. Los griegos de una pléyade de héroes homéricos, comenzando por Aquiles. Los franceses apelan a su “dama de Orleans”: Juana de Arco. Los ingleses se inspiran en la reina guerrera Boudica, vencedora de las legiones romanas que intentaban conquistar Britania. Los españoles… los españoles poseen a toda una celebridad: Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, que ganaba batallas después de fallecido.  
Mientras a los mexicanos, muy atolondrados, nos han escogido desde el gobierno, a los aztecas y a Cuauhtémoc (Águila que cae), Tlatoani de un pueblo gobernado por la teocracia más cruel conocida por la historia humana, que requería de aproximadamente 20,000 sacrificios por año para complacer a sus dioses. Los mexicas fueron derrotados y aplastados, según la leyenda oficialista, por un puñado de torvos aventureros castellanos. Así, lejos de cualquier lógica, hemos permitido que nuestro ejemplo histórico sea una nación vencida y humillada. Nos aceptamos sin chistar como herederos de un pueblo de perdedores.
Tomando como referencia a un grupo de historiadores revisionistas que participaron en los documentales “España, la primera globalización” (2021) e “Hispanoamérica” (2023) dirigidos por José Luis López Linares, se propone que recobremos el periodo de tres siglos de virreinato que han sido secuestrados por nuestra “historia oficial”. Lo explicamos.
La realidad es que los aztecas fueron vencidos por una alianza de grupos indígenas mesoamericanos, que eran capturados, sacrificados y engullidos por los tenochcas. Hernán Cortés, que dirigía un pequeño grupo de castellanos (cerca de 800), fue clave para conformar la coalición. El extremeño poseía una visión estratégica más avanzada y contaba con caballos (17), armamento de acero y arcabuces. Los aztecas eran una civilización neolítica en transición a las primeras manifestaciones de la era de los metales. Ni siquiera conocían la rueda. El sitio de Tenochtitlan se logró gracias a la tecnología del uso de la vela, con la cual estaban dotados los bergantines artillados construidos por los europeos. Los indígenas solo poseían canoas.
Cortés y los súbditos del emperador Carlos V fueron los fundadores de una nueva sociedad mestiza, la novohispana, que fue el eje de un gran acontecimiento: la primera globalización. Desde la Ciudad de México se administró el comercio con China y el mundo asiático. La ruta fue abierta desde Nueva España por temerarios marinos que cruzaban el enorme Océano Pacífico en la Nao de China para llegar a Manila, en las islas Filipinas, para luego hacer el tornaviaje hasta Acapulco.  De allí las valiosas mercancías pasaban al Parián establecido en la plaza principal de la Ciudad de México para ser comercializadas y muchas exportadas, vía Veracruz hacia España.
¿Dónde quedó la plata extraída en este continente? Pues en China, porque en 1580 el emperador Zhu Yijun exigió a sus súbditos, el pago de tributos en plata. Y América, en esa época era el único lugar del mundo donde se extraía, a raudales, el valioso metal argentífero. Primero en Potosí en el virreinato del Perú y durante los siglos XVII y XVIII en Nueva España, especialmente en Zacatecas y Guanajuato, con el auge de La Valenciana.
Todo este fenómeno comercial creó un emporio y Tenochtitlan se transformó en “La Ciudad de los Palacios”. Por ello no faltaron españoles que sugirieron a su rey cambiar su capital de Madrid a México. Colón, Cortés y la sociedad novohispana iniciaron una nueva época hasta entonces desconocida para el hombre: el periodo del comercio global y el inicio de la Edad Moderna. Por fin se tenía el conocimiento total del globo terráqueo. Y lo que hoy es México sería el eje del Imperio Español y el centro de una nueva forma de comerciar a nivel mundial. Desde estos momentos históricos debemos asumir una nueva narrativa, más positiva y vibrante, que la de sentirnos herederos de un pueblo derrotado. Podría ayudarnos a pensar diferente y tener confianza en nosotros mismos.

 

RAA

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *