A primera vista, parecería que Andrés Manuel López Obrador deja un escenario ideal para Claudia Sheinbaum: la oposición pulverizada tanto a causa de su eficaz estrategia de acoso contra ella como de su propia y persistente incapacidad de renovarse y articular un programa que no sea solo reactivo; la maquinaria electoral más afilada desde las épocas del PRI hegemónico; una amplia base social dispuesta a acompañar al Presidente hasta las últimas consecuencias; y, en fin, la sensación mayoritaria -mal que le pese a numerosos comentaristas y a importantes sectores de las clases media y alta- de que el pasado representado por Calderón y Peña Nieto fue sin duda peor.
Y es que, en términos electorales, ningún otro político mexicano del siglo XXI ha sido tan astuto: dos únicos mensajes reiterados sin fin -la apuesta por los pobres y la lucha contra la mafia en el poder, ahora señalada como el bando conservador-, la apropiación cotidiana del discurso público en las mañaneras, la polarización exacerbada y la puesta en marcha de dos medidas claves en un país azotado como pocos por la desigualdad: el aumento constante del salario mínimo y los apoyos directos a grupos vulnerables. Todo ello, sumado a la torpeza de sus rivales, le ha bastado para prácticamente asegurar la continuidad de su partido, que a seis meses de las elecciones encabeza todas las encuestas por más de veinte puntos porcentuales.
La eficacia de la estrategia ha permitido que todas sus demás acciones, por desastrosas que hayan sido, no basten para dinamitar su popularidad o poner en peligro el triunfo de su sucesora. Pero cada una de ellas constituye un pesadísimo lastre con el que Sheinbaum se verá obligada a cargar en cuanto asuma el poder. No hay salida: para bien o para mal, buena parte de su gobierno, por renovadora que resulte su trayectoria y su personalidad, deberá abocarse a combatir el pasado inmediato, eludir los controles que AMLO le ha dejado en el camino y enfrentar las fuerzas que, desde el interior mismo de la 4T, intentarán desde el principio minar su independencia y su liderazgo.
La mayor carga con la que se topará Sheinbaum será el Ejército: contradiciendo sus promesas de campaña y cualquier ideal de esa izquierda que ella abandera, AMLO no solo aumentó su involucramiento en tareas de seguridad pública decidido por Calderón, sino que le ha conferido un poder omnímodo en otros aspectos torales de la vida pública: aun si lo quisiera, a la nueva Presidenta le será muy difícil apartarlos de tantas esferas en las que ya sus cuadros medran desprovistos de la menor supervisión. Con su obsesión por eliminar la corrupción, AMLO aplicó una austeridad republicana no muy distinta de un recorte al Estado de corte neoliberal: aquí, otra vez, una auténtica política de izquierda debería reasignar una vez más presupuestos adecuados a la educación, la cultura o la ciencia, y en particular a la salud: un sector que, en su afán de empezar todo de nuevo, López Obrador arrasó del todo, privando a los más desfavorecidos a quienes dice proteger de condiciones mínimas de bienestar.
Una tarea crucial para Sheinbaum será emprender al fin una reforma integral del sistema de justicia. AMLO se conformó con atacar sistemáticamente al Poder Judicial sin tomar en cuenta la ineficacia o la corrupción de las fiscalías, la falta de preparación de ministerios públicos, policías y peritos, y sin transformar un sistema legal ineficiente. A la vez, corresponderá a la nueva Presidenta iniciar esas medidas de justicia transicional que López Obrador prometió y jamás cumplió, así como extender la visión que desarrolló con éxito en la Ciudad de México en el combate al crimen organizado en vez de mantener la visión punitivista de su predecesor -con su ampliación de la prisión preventiva oficiosa- y su ambiguo discurso de “abrazos y no balazos”.
Y, por último, Sheinbaum no tendrá más remedio que confrontar a esa cargada que se ha volcado hacia ella en las últimas semanas: tanto grupos que en absoluto comparten su visión de izquierda dentro de la 4T como un sinfín de priistas que solo ha buscado acomodo a su lado. El éxito de su Presidencia dependerá de que, más pronto que tarde, logre liberarse de estas ataduras.
@jvolpi