Continuamos el tema tratado la semana pasada sobre la nueva perspectiva para interpretar la Conquista de México y el establecimiento del reino de Nueva España, que es, finalmente, el antecedente inmediato de la mexicanidad.
No estudiar el virreinato ha provocado la imposibilidad de comprender a cabalidad nuestro origen y esencia, dando paso a la falsificación de que todos los mexicanos somos descendientes de los aztecas. La tribu que dominaba el Valle de Anáhuac, aterrorizando a sus vecinos, sometiéndolos para luego sacrificarlos y comérselos, fue exterminada durante el sitio de Tenochtitlan por la alianza invasora capitaneada por Hernán Cortés y la funesta pandemia de viruela que mató a millones de indígenas. Se calcula que solo el 10% de la población sobrevivió, algo así como un millón de nativos en toda Mesoamérica. De tal manera que el mito azteca queda desmontado. Los descendientes tienen como ancestros a los tlaxcaltecas, otomíes, totonacas y huejotzingas, pero no a los mexicas.
Dato interesante: lo único que se conquistó en 1521 fue la zona central de lo que ahora es México. La conquista de otras regiones como Yucatán, Jalisco, los entornos purépechas y el norte chichimeca, tuvieron una lógica y un tiempo diferente. Ya corría el siglo XIX cuando aún se peleaba contra grupos indígenas en diversas partes del país. La “conquista” duró siglos.
Los castellanos (originarios de Castilla) establecieron un nuevo reino que sería parte del Imperio Español conformado a la sombra de Carlos V, el soberano más poderoso de su tiempo. En el siglo XVI lo que ahora es México no era una colonia, nunca lo fue, sino un reino similar al de Castilla, Aragón o Sicilia: Nueva España.  
Al mismo tiempo este imperio conectó con el chino, gobernado por la dinastía Ming, que requería monetizar su economía a través de piezas de plata. Esta necesidad la advierte el virrey de Nueva España Martín Enríquez de Almansa, que fue el fundador de León, al nuevo rey Felipe II en una carta, en la que describe que los chinos no desean nada de España, puesto que sus enseres y productos son de mejor calidad que cualquier europeo, solo necesitan una cosa: plata. 
El poderoso monarca tomó la decisión, por primera vez en la historia económica, de exportar el ambicionado metal, en refulgentes monedas de ocho reales y lingotes. La América española inundó de plata a China, mientras cargaba de telas, sedas, porcelanas, marfiles y especies al Galeón de Manila. Cuestión importante: Filipinas se gobernaba por una audiencia… dependiente de la Ciudad de México.
Un punto geográfico con un trasiego comercial tan rico y dinámico se convirtió en suculento manjar de bandidos y piratas. Hubo que defender Manila en 1582 de las hordas de wacos (delincuentes japoneses, coreanos y chinos) que asolaban los mares del sureste asiático. El capitán Juan Pablo de Carrión fue el encargado de la defensa, para lo cual contó con un exótico ejército constituido por unos quinientos hombres, de los cuales solo 50 eran Tercios de la Marina Española. 
Previsor, Carrión había pedido refuerzos a Nueva España, y le habían mandado un sustancioso grupo de guerreros tlaxcaltecas que combatieron fieramente en la batalla de Cagayán. Ahí los aguerridos soldados tlaxcaltecas, vencedores de los aztecas, se enfrentaron a los samurais japoneses, venciéndolos y alejándolos de las costas de Filipinas. De esta forma se inauguró una dimensión diferente del comercio, el gobierno y la guerra: durante el siglo XVI se vivía la primera globalización y Nueva España era actor principal de ella.
Como pueden ver, a base de unos cuántos datos revelados podemos constatar nuestro desconocimiento de la época virreinal. Sin haber estudiado tres siglos de historia, entender México se convierte en una misión imposible. Así, la narrativa histórica que continuamente se vierte desde el atril de las mañaneras, resulta ociosa y vana. El presidente cree ser un experto en historia, pero solo conoce la versión oficialista totalmente deformada que construyó el viejo PRI. No sabe de historia universal, por lo tanto le es imposible contextualizar los eventos fundacionales de México. También comete el error de utilizar el presentismo para criticar los hechos que le interesan. El presentismo es una distorsión consistente en utilizar los parámetros contemporáneos para juzgar hechos de siglos atrás. Bajo esa práctica resulta erróneo enjuiciar a políticos y sociedades del pasado. Esos juicios son absurdos.
P.D. Nos vemos en enero. Se va a poner bueno.

 

RAA

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