Hay cosas que nunca llegan, otras que permanecen en espera de una ocasión especial, y algunas, las más sensatas pensaría yo, que después de cerrar la puerta deciden regresar. Sí, ya estaban dadas las despedidas y mi existencia resignada se estaba adecuando a la nueva realidad, cuando simplemente tornó, se arrellanó en el sillón a mi lado para recibir mi calor en estas tardes de frío sin mediar palabra, y en esa simbiosis cálida y buena, le dije cuánto me había hecho falta.
Estoy hablando de mi audición disminuida, que por ve tú a saber cuáles causas, molesta se marchó dando un portazo, mismo que escuché con toda claridad, y después…nada, literalmente de mi oído izquierdo, nada. Así que me acostumbré a oír a medias, a adivinar palabras, a completar oraciones de forma incorrecta, a aceptar mis fallos, y yo que presumía de un oído privilegiado, aprendí con humildad que soy falible.
Pero ha vuelto, no con redobles de tambor y fanfarrias, sino de una forma discreta, se fue acomodando de nuevo en mis laberintos dándome la sorpresa de su regreso. La escuché moverse con sigilo, como si hubiera estado dormida en un largo sueño de princesa, y desperezándose, frotándose los ojos, hizo su entrada de puntillas dispuesta a cumplir su función.
Yo, me quedé quieta escuchando los ruidos quedos que creía perdidos, saboree las voces amadas sin anunciarles su llegada, sentí la fabulosa sensación de estar completa de nuevo, y complacida le dije a mi amiga invisible; gracias, gracias por volver.
Pienso: ¿es necesario tener y luego carecer para valorar? o más bien, será que a las cosas comunes que conviven en nuestra funcional anatomía cotidiana no les damos su justa importancia, y sólo las vemos de reojo como si tuvieran el deber estar siempre presentes y no pudieran dejar la casa sola, empacar las maletas y partir dejando vacío el caracol de nuestro cuerpo como un seco crustáceo marino.
No quiero por esta causa, perder en adelante la habilidad de centrarme en cada persona, hora o sentido, no dejar de bendecir y apreciar su presencia en mis días pasajeros. Quiero vivir con más consciencia, de ser posible aspirarlos como al aire vital que me insufla vida, porque son parte de mi plenitud humana, son el legado de mi carne.
Hay cosas que se van, otras que vuelven y unas más que nunca estuvieron, seres que nos dejaron un gusto amargo en las entrañas y un vacío enorme como si se hubiera quedado sin astros el cielo. Hay otras que hubiéramos querido tener y nunca llegaron, fueron un ramillete de promesas falsas, actitudes a las que creíamos tener derecho por el simple hecho de existir, que simplemente pasaron de largo con indiferencia o desdén. Por querer forzar a interpretar un papel en mi escenario, su egoísmo y su molestia fue tal, que rompió los parlamentos con furia quemándolos ante mi azoro, calcinando lo que quedaba de mi esperanza, dejándome la sensación de haber llegado a lo alto de la escalera de mi existencia sin haber pisado algunos de los peldaños. Los suyos.
Por eso, he decidido estar atenta en mi vivir, seguir transitando y cumpliendo mi misión para no experimentar que la vida se me escurre como una vela que se consumiera sin darme cuenta. Aunque sé que un día me iré y volveré en remembranzas, quiero pensar que probablemente hablen de mí con gran nostalgia cuando se reúnan o me evoquen en la soledad de sus cuartos. Es por esta aseveración que quiero que la cera de mis días haya tenido un por qué y un para qué, quiero ser de las cosas que vuelven y son una luz en el corazón.