Allí está, agazapado, mostrando los colmillos, al acecho. Solo existe algo más peligroso que un animal herido y es un predador acorralado. Lleva cuatro años rumiando su venganza; cuatro años arrastrando cada uno de los dardos -hasta ahora, más o menos ineficaces- lanzados en su contra; cuatro años de atragantarse con su propia rabia; cuatro años de planear paso a paso su regreso. Torpemente, algunos consideran que está herido de muerte; lejos de eso, cada cicatriz y cada nueva llaga lo vuelven aún más amenazante. Sabe que millones están dispuestos a recibirlo de vuelta: esos mismos a los que él ha sabido cortejar cuando nadie se ocupaba de ellos. Si los astros le son favorables -y hay bastantes razones para creerlo-, eludirá cada uno de los intentos por bloquearlo y, de vuelta en el poder, esta vez sí nadie podrá detenerlo.
En 2024 coincidirán dos elecciones cruciales para México. En la primera, a inicios de junio, se decidirá qué mujer gobernará al país: salvo una sorpresa mayúscula, muy probablemente será Claudia Sheinbaum. Más importante aún serán las que se lleven a cabo cinco meses después, a principios de noviembre, en Estados Unidos. A diferencia de lo que ocurrirá en este lado de la frontera, en el otro la situación es mucho más volátil e impredecible: nada asegura que, pese a los 91 cargos que acumula en su contra en cuatro procesos criminales, Donald Trump no vaya a vencer a Joe Biden. Es más: incluso si en alguno de ellos terminara por ser condenado, podría llegar a triunfar desde la cárcel, pudiendo -al menos en los casos federales- llegar a perdonarse a sí mismo.
El chacal está allí, insisto, y de mil maneras nos resistimos a mirarlo. Una vez más, como ocurrió en 2016, hay quien piensa que no hay posibilidades de que un delincuente y un golpista como él vuelva a gobernar la nación más poderosa del mundo; que además de Colorado y Maine otros estados impedirán que se presente como candidato; que alguna sentencia terminará por apartarlo de la carrera; que al final los republicanos elegirán a alguien menos controvertido -ahora se decantan por Nikki Haley-; o que al cabo el sistema estadounidense logrará cerrarle el paso. Nada más incierto: los controles de la democracia -de cualquier democracia, incluida, como hemos visto en estos años, la estadounidense- en contra de alguien decidido a subvertir el sistema desde dentro son siempre frágiles.
En 2024 podríamos tener a un fascista como presidente de Estados Unidos. Los optimistas alegarán que Trump ya ocupó ese cargo y, pese a sus inagotables mentiras y a todos sus intentos por corroer el sistema, al final no alcanzó buena parte de sus objetivos, como quedarse en el poder. Habría que decir que, en muchos casos, no los consiguió in extremis. Pero sobre todo olvidan que el Trump de 2024 no es el de 2016: no se trata solo de una versión 2.0 de sí mismo, de un populista reconcentrado -como Milei- o un viejo cascarrabias: el Trump que podría recuperar la Presidencia de Estados Unidos es un hombre que, desde su propia visión narcisista de los hechos, no solo ha sido atacado, sino humillado injustamente una y otra vez; se trata de un ególatra que, de llegar a la Casa Blanca, buscará por todos los medios vengarse de quienes lo han acusado o escarnecido. Él mismo lo ha dicho y no tendríamos por qué no creerle: su programa, propio de un tirano, consiste en demoler la democracia estadounidense sin remedio.
Como el resto del planeta, para México el retorno de Trump, sobre todo con una Presidenta de izquierda -en vez de un hombre populista como AMLO, del que en cualquier caso obtuvo toda suerte de concesiones- puede resultar devastador. El tema migratorio es ya, de nuevo, uno de los centros de la campaña, e incluso con una victoria de Biden la situación para nosotros distará de ser sencilla. Pero tener a un líder fascista en nuestra frontera norte de seguro sería uno de los mayores desafíos a los que tendríamos que enfrentarnos en nuestra historia. Hay que temerle, en efecto, al chacal.
@jvolpi