Por Roberto Zamarripa, director editorial de Grupo Reforma

Las instituciones del postzapatismo no son más. Tocadas, alteradas, entran en 2024 a su redefinición.?

Hace 30 años el zapatismo irrumpía para remover conciencias, sacudir, abofetear, ridiculizar. 

Al gobierno del priismo más empoderado le recordaba sus faltantes, sus erosiones, sus agresiones. Después del 68 no se acabaron las represiones; se hicieron quirúrgicas, criminales, demoledoras. El EZLN era la expresión de la sobrevivencia con el comandante Germán y la expresión del renacimiento con el Subcomandante Marcos, un académico de la UAM (la nueva universidad generada tras la crisis de 1968), de la guerrilla marginal, foquista. Los perseguidos de los setentas, los reivindicadores de aquello, tratados entonces como traidores a la Patria, fueron recibidos con honores en los noventas. 

Era un golpe a la conciencia nacional. Nosotros los criollos que estamos con los indios. Era un estremecimiento a la izquierda partidista que, afanada desde los setentas por encarrilarse en la legalidad, recibía la bofetada moral: ¿no te acuerdas que pregonabas la lucha armada para tomar el poder? 

Lo anacrónico se convirtió en atractivo ante el desvanecimiento súbito de la nueva modernidad. 

Les habla el pueblo profundo en mi nombre sin rostro. ¿Cómo el país pudo cautivarse por el anonimato? Por la conciencia intranquila que nunca saldó, ante toda la Nación la cauda de abusos y sometimientos.  

La jerarquía católica disidente, anclada en esas revueltas, retomaba un protagonismo arrebatado. Las religiones se pulverizaban, las prácticas cambiaban y el país quedaba anonadado ante una combinación inusitada: un grupo armado pequeño, localizado en comunidades rurales lejanas, alineado con una vertiente de práctica religiosa y empuñando armas cuando la sociedad y gobiernos querían mirar hacia la institucionalidad y la legalidad. 

La fuerza territorial zapatista era apenas del 1 % del total del territorio nacional con una población no mayor a los 200 mil habitantes. Sus milicias eran diminutas. Su poder simbólico fue sonoro, dominante, estremecedor. 

Desde su anacronismo (una lucha armada, anónima) el zapatismo fue el toque esencial que empujó la apertura de  un periodo de institucionalización democrática con tres soportes partidistas: PRI-PAN-PRD aunque los dos primeros en una hegemonía compartida. Las principales instituciones se construyeron sobre la base de acuerdos entre esos tres partidos. 

El movimiento de los zapatistas detonó una bomba que no causó muertes pero cuyos destrozos, los despojos de esos destrozos, se reunieron para reconstruir un Estado tripartita que duró apenas un cuarto de siglo en pie. 

Las instituciones, las condiciones de los acuerdos que las crearon, los códigos y normas de la competencia democrática imperantes tras la revuelta zapatista están desvencijados, alterados, amorfos aunque para cualquier efecto siguen siendo funcionales. 

El INE de consejeros ciudadanos, el Trife que arrebató la calificación electoral al gobierno y los partidos, la Corte disuelta por Zedillo para reencarnar en otro cuerpo, el Legislativo plural y compartido, la Presidencia acotada, los organismos de vigilancia y contrapeso no son más. Fueron configurados en el postzapatismo inmediato y hoy están deteriorados. 

En su arribo destructor, los zapatistas no incluyeron el pegamento. Las piezas desencajadas por su irrupción fueron rearticuladas con diferentes cementos de débil cohesión. 

El 2024 es el año que puede indicar el desvanecimiento total de esas instituciones ya dañadas con la incógnita de cómo se formará lo que las sustituya.  

Convive una situación ambivalente y paradójica. Una democracia de pluralidad y diversidad. Como nunca las mujeres al mando, los jóvenes politizados, los indígenas reconocidos, la clase media movilizada y activa, las minorías sexuales empoderadas. 

Y esa diversidad inusual queda atenazada por el embrión de un partido-gobierno (no Estado aún), hiperpresidencialista, que sin rubor opera en esa simbiosis que antaño fue impugnada y era dique de la participación democrática. 

Así vamos, rumbo a la definición. 

¡Feliz 2024!

 

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