Elena Poniatowska la encontró muchas veces en el elevador del periódico Novedades en los años 50 y 60. Jamás habló con ella. No pudo ni siquiera conocer su nombre. En el resto del edificio –donde también se publicaba una edición en inglés, la de The News– tampoco parecían hacerle mucho a aquella mujer que llevaba siempre vestidos de aire anticuado.

“Nunca oí que se comentaran sus artículos, ni que se dijera que fuera buena periodista. Nunca Fernando Benítez, que era director del suplemento México en la Cultura, encargó un reportaje sobre ella. Le daban un poco el mismo trato despreciativo que a Rosario Sansores”, escribió Poniatowska.

Aquella mujer era, sin embargo, una leyenda: todo un personaje de novela: cuando llegaba a los restaurantes legendarios de la Ciudad de México, la recibían con la canción que Luis Rosado de la Vega y Ricardo Palmerín le habían dedicado.

“Peregrina de ojos claros y divinos, / y mejillas encendidas de arrebol, / peregrina de los labios purpurinos / y radiante cabellera como el sol…”.

Muchos años después el investigador Michael K. Schuessler encontró en un departamento abandonado de la avenida Melchor Ocampo un morral de yute que contenía su autobiografía perdida. Ahí, en un apretado legajo que estuvo perdido durante casi 40 años, la periodista Alma Reed, la “peregrina de ojos claros y divinos”, narraba la historia de un amor trágico: su encuentro con el gobernador mártir de Yucatán, Felipe Carrillo Puerto: el enemigo de la “casta divina” que fue asesinado hace un siglo –el 3 de enero de 1924– tras la celebración de un consejo de guerra falso encabezado por el coronel delahuertista Juan Ricárdez Broca.

Alma Reed, columnista del San Francisco Call, había saltado a la fama tras emprender de la defensa de un indocumentado mexicano de 17 años que había sido condenado a muerte tras un juicio repleto de irregularidades. Las columnas que revelaron la manera en que aquel juicio se había fabricado lograron que el código penal de California fuera reformado. Poco tiempo después, con el visto bueno del gobierno de Álvaro Obregón, Reed llegó a México como corresponsal de The New York Times para cubrir una expedición arqueológica que el Instituto Carnegie llevaba a cabo en la península de Yucatán.

En abril de 1923 Reed reveló la manera en que los tesoros del Cenote Sagrado de Chichén Itzá habían sido enviados por valija diplomática al Museo Peabody. En esos meses ocurrió su encuentro con el gobernador Carrillo Puerto, que estaba sumergido en un huracán.

Había creado ligas de resistencia para que los campesinos mayas pudieran enfrentar el poder de los dueños de Yucatán, había decretado de interés público la industria del henequén, había repartido cerca de 600 mil hectáreas a los campesinos, había incautado haciendas abandonadas (la célebre Ley del despojo) que fueron entregadas a los trabajadores.

Había entregado a las mujeres del estado el derecho a votar. Había instalado un mecanismo de revocación de mandato. Había promovido campañas contra el alcohol y en contra del control de la natalidad. Se había declarado en contra del fanatismo religioso…

Alma Reed lo vio por primera vez en el Palacio de Gobierno. Lo describió como “un hombre de magnetismo excepcional y una belleza física única”. Relató en su autobiografía: “Estaba ataviado con un traje radiante de lino blanco, y sus más de 1.80 metros de estatura hacían que su cabeza y sus hombros se elevaran por encima de sus asistentes y peticionarios, amontonados a su alrededor”.

El general Parsons le dijo a Reed: “Este el dragón rojo más atractivo que yo haya visto en cualquiera de mis safaris”. Reed contestó: “Él es mi idea de un dios griego”. Carrillo Puerto fue a buscarla más tarde a su hotel. Le dijo: “Desde el momento en que entraste, estaba desesperado por hablar contigo…”.

Años después de iniciar sobre su investigación sobre la vida de Alma Reed, Michael Schuessler halló una carta que revelaba la verdadera historia de “Peregrina”, una canción que ha arrobado a México a lo largo de cien años. La periodista, el gobernador y el poeta y compositor Luis Rosado Vega acudían a una cena. Acababa de llover. Ella elogió el ambiente embalsamado que los rodeaba. Rosado Vega dijo: “Todo perfuma porque usted está pasando…”.

Carrillo Puerto ordenó: “Eso lo vas a decir en unos versos”. El poeta contestó: “Se lo diré en una canción”.

A fines de 1923, Alma Reed volvió a Estados Unidos, entre otras cosas, para adquirir el ajuar de su boda. La rebelión delahuertista crecía mientras tanto en Yucatán, apoyada, según se dice, por los hacendados henequeneros que habían visto en las desazones políticas la oportunidad de quitarse de encima a Carrillo Puerto.

La escritora Katherine Anne Porter cuenta que Alma Reed, toda cubierta de satín blanco, “con el velo y el tocado de flores de azahar” realizaba el ensayo de su boda, cuando recibió la noticia de que Carrillo Puerto había sido fusilado.

Cercado por militares rebeldes que probablemente actuaban a espaldas de Adolfo de la Huerta (De la Huerta había hecho todo por sacar del país a Carrillo Puerto, pero sus propios hombres lo traicionaron: “Le olimos el queso y le chinchaos a su Carrillo Puerco”, confesó el general Hermenegildo Rodríguez), el gobernador intentó llegar a La Habana acompañado por sus hermanos y por algunos colaboradores. Fue traicionado y apresado en Holbox. Aunque era un civil, se le sometió a un supuesto Consejo de Guerra que decretó, por voto unánime, la pena capital.

Las fotografías muestran los rostros de los muertos, macilentos y barbados. Felipe Carrillo Puerto quedó recargado en el paredón.

Un siglo más tarde, se cree que su asesinato, más que una venganza contra él se trató de una venganza contra los jefes de su grupo político: Plutarco Elías Calles y Álvaro Obregón.

“Peregrina del semblante encantador, / no te olvides, no te olvides de mi tierra, / no te olvides, no te olvides de mi amor”, cierra la canción de Rosado Vega.

Alma Reed se quedó en México a lo largo de 42 años. Está enterrada al lado de Carrillo Puerto.

 

@hdemauleon

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