Alfonso Zárate
El 8 de enero de 1959, hace 65 años, entraba a La Habana la “caravana de la libertad” encabezada por Fidel Castro. La revolución había triunfado y parecía hacerse realidad la promesa de liberar a la patria “de gobernantes indeseables y de tiranos insaciables”. En medio de un entusiasmo indescriptible, los barbudos de Sierra Maestra -los “gloriosos soldados del pueblo”-, eran aclamados por multitudes.
El gobierno castrista se propuso una utopía: la creación del “hombre nuevo”: justo, honesto, solidario y humanista. Muy pronto, las expropiaciones de intereses norteamericanos en la isla llevaron a la ruptura y al embargo. Para defenderse del imperialismo yanqui que financió y entrenó a los mercenarios de Bahía de Cochinos, el régimen cubano se entregó al imperialismo soviético. Desde Cuba, y a través de México, se patrocinaba a las guerrillas en distintos países de América Latina, se trataba de exportar la revolución.
En 1968 los estudiantes mexicanos portaban en sus marchas carteles con la imagen del Ché, el “guerrillero heroico”, de hecho, el movimiento estudiantil surgió como respuesta a la represión que sufrió la marcha que conmemoraba el 15 aniversario del asalto al cuartel Moncada, el inicio de la Revolución Cubana (1953).
Pero la revolución se extravió. Los logros evidentes en materia de salud y educación se opacaron ante la represión. El régimen castrista que ha permanecido por más de sesenta y cinco años, fue mostrándose poco a poco y sin disfraz como lo que es: una dictadura que suprime los derechos humanos, persigue, tortura y encarcela a los disidentes.
En el hombre que amaba a los perros, Leonardo Padura, escribió doliente: “…la historia y la vida se ensañaron alevosamente con nosotros, con mi generación, y, sobre todo, con nuestros sueños y voluntades individuales, sometidas por los arreos de las decisiones inapelables. Las promesas que nos habían alimentado en nuestra juventud y nos llenaron de fe, romanticismo participativo y espíritu de sacrificio, se hicieron agua y sal mientras nos asediaban la pobreza, el cansancio, la confusión, las decepciones, los fracasos, las fugas y los desgarramientos”.
Como ocurrió con la revolución rusa, “la gran utopía del siglo XX”, la cubana terminó envilecida. Sin embargo, Andrés Manuel López Obrador y muchos de sus cercanos, mantienen un incompresible apego a ese proyecto pervertido.
El 15 de septiembre de 2021, como lo ha hecho varias veces, Andrés Manuel juzgó severamente a la equivocada política de Estados Unidos hacia Cuba y le dio lecciones al presidente Biden sobre lo que tiene que hacer. Lo hizo en el mismo acto -la conmemoración de El Grito de Dolores- en el que ofreció la tribuna al representante de la dictadura, Miguel Díaz-Canel.
Anclado en otro tiempo, el presidente López Obrador sigue venerando a Fidel Castro y al Ché; la libertad y la democracia que ofreció la revolución en su primera hora se transformaron en opresión y pobreza. La utopía terminó en desastre: una casta burocrática con todos los privilegios mientras el pueblo recoge las sobras, un régimen policiaco que quiere a todos callados; ése es el modelo que inspira a Andrés Manuel, la República de los Pobres.