Muchas veces creí en la fuerza de los reclamos, en que serían dardos potentes que herirían tu conciencia llamándote a la reflexión. Nunca lo intenté, nunca me atreví a echarte en cara tu comportamiento ni a cuestionarte las carencias que recibí de ti.
Cuando estaba contigo, disfrutaba tú presencia, trataba de no entorpecer ese tiempo robado con rencores, y regresaba a mi casa con los reclamos fallidos en mis bolsillos. Aunque invariablemente esas veces soportaba tus desplantes que siempre tenías a flor de piel, pues nunca me dejabas ir vacía. Cuando esto sucedía, sentía mi interior escaldado, golpeado y retraído por tu ácido, sin embargo, accedía a ir cuando se me solicitaba, solo para recibir mi dosis a la que me tenías acostumbrada, porque el amor es un sentimiento necio que no tiene entendederas. Me pregunto, ¿Por qué lo permitía, qué esperaba, es que no había tenido suficiente?
Y como no todo puede ser malo, y existe la ley de equilibrio y compensación, y ya que he prometido tratar de buscarle a este capítulo tuyo cosas buenas, comenzaré: Primeramente la vida que se me concedió, por supuesto, sin ella nada sería posible y creo que con eso lo digo todo, sin embargo, añadiré la resiliencia que me hizo desarrollar habilidades nuevas.
Sí, donde tú cercenabas una de mis ramas, brotaba un retoño, así pues tu indiferencia me impulsó inconscientemente a perseguir logros, que nunca reconociste o ni te enteraste, más a mí, me llenó de satisfacción el disfrute de mis capacidades aumentando mi valía y auto concepto. Me di cuenta también, que no por el hecho de que no quisieras mirarme, me convertía en un ser invisible, que mi valor era intrínseco a mi persona como a las flores los colores, las palomas el vuelo, el calor al sol, el oxígeno al aire, por ejemplificar. Así que al encontrar cerrada la puerta de tu castillo, desistí de entrar construyendo el mío propio, en el que transito a mis anchas, mismo que fui llenando de amor y de risas, lo edifiqué con múltiples habitaciones para poder gozar de la compañía de los míos.
Fue transcurriendo mi vida y seguí viendo tu mismo ejemplo, y decidí que no quería ser como tú y maniatar mis sentimientos. Por contraparte he ido escribiendo mis propias reglas; veo, abrazo, retroalimento, construyo. Agradezco no tener tu lengua de reptil, porque quiero ser recordada como una persona buena y empática que premiaba generosamente con el bálsamo de sus palabras, porque el lenguaje, es un camino maravilloso para llegar al corazón.
Hay veces que me cuestiono por qué causas te volviste así, más elimino los reclamos que quisiera hacerte, y me limito a mis propios terrenos pues he aprendido que el cambio es opción de cada quien. Comienza en propias reflexiones observando mi actuar, haciendo una autocrítica y posteriormente vienen las modificaciones. Si tú preferiste tu desierto árido, yo sembré mi tierra y ahora es fecunda, en ella hay ríos y cascadas que incitan a la vida, da frutos nuevos en cada estación por los que me complazco.
Sé que otras veces he abordado este tema, e invariablemente vuelve a mí de forma recurrente, mas ahora lo veo de una forma diferente. No intento cambiar lo que está escrito en piedra, no inventaré historias rosas, ni fantasearé con el hubiera. No fue, punto. He descubierto la virtud de ser una planta injertada, experimento la felicidad de dar cosecha. Y desde este punto, dentro de mi trinchera, te agradezco la apertura a la vida que permitiste, la mía, que aunque después olvidaras, yo por fortuna ya estaba aquí.