‘Les subí un buen el predial, con eso compro calentadores solares, se los regalo y me dan su voto’.
Un alcalde de Guanajuato

No hay forma más eficaz para desgobernarnos, que tolerar la entrega indiscriminada de dádivas a una población idiota. Los griegos llamaban idiotas a aquellos que solo pensaban en “idios”, en lo suyo, desentendiéndose de los problemas de la comunidad. 

Los gobiernos, ningún color partidario se salva, llevan años acostumbrando a los ciudadanos a recibir dádivas a cambio de su sufragio. Sin mortificación alguna se ha socializado este fenómeno de corrupción. De esa manera se ha destruido la democracia, sustituyéndola por un autoritarismo obsequioso. El gobernante se ha transformado en un gestor de la distribución de chácharas y baratijas, que comprometan la voluntad popular a un precio de ganga. Pero el daño es más profundo. Recapitulemos:

La compra de votos despoja al ciudadano de su libertad para elegir. Esta acción va en contra de la dignidad de la persona, la sobaja y envilece.

Este tipo de transacciones desfigura al sistema democrático que supone el beneficio de todos dentro de una comunidad. En este sentido, el condicionamiento del voto a través de dádivas y dinero, produce gobiernos que solo benefician a los ricos. Por ejemplo, estos podrán tener permisos que los pobres nunca tendrán a su alcance para hacer negocios.

Esta clase de comercialización es una profunda herida al sentido de comunidad que idealmente se pretende alcanzar. La venta del voto tiene como esencia la sublimación de una decisión individual, que solo beneficia al que la toma, en detrimento del resto de la comuna. Esto fractura el espíritu comunitario, imponiendo un individualismo lesivo para todos.

El condicionamiento de los sufragios desplaza el criterio del “gobierno de las mayorías”, por resultados favorables para minorías específicas, especialmente las pocas que se benefician con el ejercicio del poder.

Si se entiende que una de las funciones de la democracia es expulsar del cargo a los malos gobernantes, esto ya no será posible, ya que a través de la mercantilización del voto, no podrán ser desahuciados.

Como si lo anterior no fuese suficiente, queda otro gravísimo problema: ya no se constituye gobierno, no se enfrentan problemas trascendentes, ni se busca la construcción del bien común. La contrahecha gestión gubernamental de los nuevos ejecutivos se centra en la dispersión de recursos hacia los ciudadanos más vulnerables en su dignidad. 

Así, estos modernos tlatoanis conservarán el poder por muchos trienios y sexenios sin exponerse a una genuina decisión de los electores. 

La democracia se simula y las sociedades quedan sin el instrumento eficaz e idóneo para enfrentar los problemas de la vida en común. Carentes de gobierno, dedicados solo a la entrega de regalos, no habrá verdaderos esfuerzos para lograr seguridad pública, servicio de agua, de recolección de basura, disposición de desechos sólidos, alumbrado público, planeación urbana, protección ecológica, estudios urbanos y ambientales, etc. 

Poco a poco retrocederemos bajo la conducción de autoritarios con cachiporras, con los bolsillos llenos de billetes para sobornarte y despojarte de tu libertad de elegir.

He oído a personas que afirman que las próximas elecciones las ganarán quienes más dinero tengan para comprar votos. Advierto que de ser cierta esta sentencia, lo único que tendremos garantizados son pésimos gobiernos y peores realidades para vivir en nuestros municipios, estados o país. Estamos empeñados en construir un buen infierno

CA

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