Ella la trajo hace muchos años, la casa aún no tenía barda y le pareció una buena idea que la bugambilia se extendiera por la reja. Va a ver que dentro de unos meses ya no se verá para adentro, aseguró. También dijo que ella trenzaría los nuevos brotes para orientar su crecimiento parejo. Nunca lo logró, la planta sin docilidad impedía su manejo creciendo sin orden ni concierto.
Bueno, hay que darle forma y será un bello arbusto, decía el jardinero, mas fue imposible, sus ramas tiernas parecían tener alma de alambre y no lo permitían, y al podarla se impedía que floreara al cortarle sus capullos. A diferencia de las bugambilias de la tía que a lo largo de su reja cumplían su función de ornato, la mía se extendía como un pulpo amenazador.
Sobrevivió a la construcción de la barda, se levantó orgullosa entre el cemento y la grava que la sepultaron, impotente vio morir a los rosales, soportó esos tiempos de sequía serena y en pie. Más adelante, la talaron hasta el suelo, sólo quedó un tronco raso como recuerdo de su rebeldía.
El jardín, mutó a patio de piedra y dejaron en cada árbol un hueco para poder regarlos. Ella, soportaba un pesado macetón con geranios que bloqueaba cualquier vestigio de su existencia.
Un buen día, movieron la maceta y la bugambilia brotó, primero tímida y asustada, mas fue ganando fuerza, y hace unos días me percaté que ya roza la altura de la barda.
Contrariada quise que la cortaran otra vez, poner sobre de ella la piedra del sepulcro, mas algo dentro de mí me decía que era injusto, que brotaría de nuevo porque no se rinde, tantos años de resistencia me lo habían demostrado.
Salí y observé sus ramas cual tentáculos de calamar que parecieron darse cuenta de mi cercanía, con un lenguaje interior le propuse una tregua, un pacto de no agresión por su valentía, y sé que lo entendió pues en ese momento sus hojas se irisaron como las plumas de un pavorreal asintiendo y aceptando. Eso lo sabemos las dos y me lo reservaré, no es necesario divulgarlo, son conversaciones privadas en lenguajes secretos.
Así, hermanadas por la resiliencia nos saludamos cada vez que salgo, nos vemos con disimulo, de reojo para no levantar sospechas entre los reinos, he aceptado que no es como las otras plantas, le permito que dé rienda suelta a su libertad conquistada.
El otro día con la cortina abierta la observaba, ha crecido, mas la pared la sostiene, de seguir así no tendrá otro remedio que reptar por la cornisa, si continua por esa misma línea caerá por su propio peso. Tal vez, pienso yo, tiene otros horizontes, con toda probabilidad, quiere acercarse al sol o prueba tocar el cielo. Me reservé mi comentario y omití decirle que no lo lograría, puede intentarlo si lo desea, el mundo es de los resilentes, ella se ha ganado el permiso de intentarlo las veces que quiera.