Hace unos días, una escena sencilla más poderosa me llevó a un tiempo en el que las calles eran testigos de la vida cotidiana de vecindarios unidos. Paseando por algunas calles, me encontré con tres señoras sentadas en unas sillas afuera de sus hogares, con las puertas abiertas, disfrutando de una amena charla bebiendo lo que me pareció café. Este encuentro desencadenó una oleada de bellos recuerdos que me transportaron al Barrio de San juan de Dios donde vivía mi abuela, más tantas otras calles de mi ciudad donde, al caer la tarde las personas se sentaban a dialogar, cuidándose los días, guardándose las penas, disfrutando las alegrías. Sin embargo, con el crecimiento de las ciudades, parece que hemos perdido ese maravilloso contacto humano, aislándonos de nuestros vecinos y llegando a un absoluto desconocimiento de quiénes son las personas o familias con las que compartimos una pared. 

A pesar de este distanciamiento, Celaya aún conserva tradiciones que reflejan ese espíritu comunitario perdido entre las grandes urbes. Las fiestas de Barrio son un ejemplo palpable de ellos y este mes de enero le toca brillar con deliciosos aromas de gorditas, buñuelos y bailables al Barrio de Tierras Negras, siendo uno de los barrios que desde mediados del siglo XVIII    preserva festividades que nos proporcionan identidad. La tradición, dicen, comenzó cuando se trasladó la imagen de la virgen de Guadalupe desde la comunidad de San Diego de la Unión, ubicada a unos 120 km de la ciudad. Según cuentan, el apellido Tierras Negras proviene del indígena que portaba la imagen, quien, según algunas versiones, había escapado de la peste, atribuyéndole sanaciones milagrosas al retablo.

Aunque si bien estas celebraciones tienen su origen en festividades religiosas, se han convertido en una expresión rica en gastronomía, cultura social e historia. A lo largo del tiempo, estas manifestaciones han sido, en algunos momentos, espacios de conflicto y resistencia, mas hoy representan puntos de unión y alegría para una comunidad sedienta de paz y armonía. Es importante reconocer que estas fiestas no solo transmiten valores y gestionan tradiciones, sino que también requieren una significativa organización que implica convivir con los vecinos para renovar proyectos que promueven la colectividad y fortalecen vínculos reales. Participar y asistir nos permite asumir representatividad y hacer propio un territorio, es esta la oportunidad para rescatar calles, colonias sombrías y desiertas debido al temor de encontrarte con bandas delictivas o personajes oscuros. Entonces nuestro deber ciudadano no solo está en apoyar y difundir estos eventos, la clave está en involucrarse activamente.

La delincuencia ya no respeta insignias ni límites. Es necesario unirnos como comunidad y hacer frente a la inseguridad. Asistir a las fiestas de barrio no solo es un acto de celebración cultural, será también una forma de hacer una valla de honor a los caídos, a nuestro presente, haciendo valer nuestro derecho de tierra. 

Estas letras se escriben respetuosas in memoriam de nuestro héroe recién caído, bombero Felipe Jiménez Sánchez.

 

RAA

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