Durante el año 1983 se desató una ola de robos de automóviles a mano armada en la Ciudad de México, otrora Distrito Federal, por varios puntos de la gran urbe; no había un parámetro por zona, rumbo o región; se analizaban en la Procuraduría en un mapa previamente señalizado, los lugares donde se habían registrado los últimos cien robos, aunque ya para entonces transcurría el mes de septiembre. 

Del estudio policiaco criminológico y criminalístico no surgían muchas hipótesis por tipo de vehículos seleccionados, sino que eran variados; no había cruceros o lugares preferidos o repetitivos, aunque sí se contaba con algunos datos consistentes, como el del modus operandi: actuaban en pareja, usaban armas cortas, elegían al vehículo de más adelante esperando la luz verde del semáforo para que en esos treinta segundos de espera se realizara el atraco.

Los sujetos eran de distintas medias filiaciones, o sea, que era una banda numerosa; las horas más frecuentes para cometerlos fluctuaban entre las 14 y 17 horas, a media tarde, y su objetivo eran autos de modelos recientes, aunque no forzosamente de lujo.

En este tipo de delitos en realidad los afectados solo se preocupan por denunciar y obtener una copia de su acta, pues por lo regular están asegurados y tramitan su reposición o pago lo más rápido posible y se olvidan del asunto. Como a esas fechas aún no se creaba la Oficina Coordinadora de Riesgos Asegurados (OCRA), pues esta nació hasta 1994, sí había una organización de aseguradoras que presionaba para erradicar ese delito o reducirlo sustancialmente.

El subprocurador de Averiguaciones Previas, Lic. René Paz Horta, de toda la confianza de la entonces procuradora, maestra Victoria Adato, recibió la instrucción de aplicar mejor a la Policía Judicial dependiente de su área. Nuevamente ordenó llamar al agente Palacios, como en otras ocasiones, para que se “echara un clavado” en esas averiguaciones previas concentradas por robo de vehículos y con su grupo especial investigara lo necesario para atacar ese problema, con el apoyo directo de la Subprocuraduría.

Después de unos días de leer las averiguaciones, hacer anotaciones y análisis con sus colaboradores, el agente Palacios solicitó tres unidades equipadas con radio conectado con la frecuencia de la Policía Judicial, como también con la Policía Preventiva de Seguridad Pública del D.F.

La idea era mantener una vigilancia y alerta entre las 13 y las 18 horas del día en tres puntos estratégicos, sobre todo de salidas de la ciudad, hacia las carreteras a Querétaro, a Cuernavaca y a Puebla, al recibir alguna denuncia de asalto, la cual se realiza primero con reporte a la Policía local y con ello buscar el vehículo y seguir a los delincuentes hacia el lugar de su guarida.

Después de perseverar con paciencia en la vigilancia, en una semana más se dio el primer fruto de esa estrategia, con un reporte que se captó en la radio de Seguridad Pública y de inmediato se tomaron los datos del automóvil y el rumbo que siguieron los ladrones, hacia la calzada Ignacio Zaragoza.

Por allá estaba un par de elementos del agente Palacios, pues él se encontraba en el punto hacia la carretera a Querétaro, donde apostaba que hacia allá podrían dirigirse los delincuentes, por diversas hipótesis que se había forjado. Ordenó a sus elementos que siguieran la ruta del auto robado, con mucho cuidado y discreción hasta su meta y retornaran a su base a la Procuraduría. Así lo hicieron.

Allá en las oficinas hizo el reporte, solo a mí y yo al Subprocurador. El “nido de víboras”, como le llamó, se encontraba en Chalco, un municipio del Estado de México; se tenía que realizar una observación, estudio, armar una estrategia para un operativo fulminante y escarmentar a toda la banda. 
(Continuará)

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