El domingo comenzó formalmente la elección presidencial en Estados Unidos. Como es tradición, el estado de Iowa celebró el lunes asambleas electorales de donde emergerá el primer ganador de la votación para elegir al candidato presidencial republicano. Después de Iowa vendrá New Hampshire y días más tarde Nevada y Carolina del Sur. A principios de marzo ocurrirá el tradicional “supermartes”, en el que votarán varios estados.
A menos de que algo completamente inédito suceda, el ganador de cada uno de esos procesos será Donald Trump. En todos los estados en disputa, Trump tiene una ventaja de más de treinta puntos. La única entidad más disputada es New Hampshire. Trump tiene ahí 14 puntos de ventaja.
Se trata, pues, de una elección primaria de trámite.
Si gana (como ganará) la candidatura de su partido –y es su partido, en todos sentidos– Trump comenzará la carrera hacia la Casa Blanca con una ligera ventaja de alrededor de un par de puntos porcentuales sobre Joe Biden. Más importante aún, Trump parece tener ventaja en cinco de los seis estados que serán indispensables en la elección de noviembre. Si la elección presidencial ocurriera hoy, Trump ganaría con absoluta claridad, recibiendo un mandato más amplio que el obtuvo en 2016.
Ese es el escenario en el arranque.
Las consecuencias específicas de una segunda presidencia de Trump serían graves y diversas. Muchas voces sugieren que, en su versión más agresiva, que pretende concentrarse en la venganza y la retribución, Trump podría inaugurar el principio del fin de la democracia estadounidense, por no decir nada de los compromisos estadounidenses en terrenos tan diversos como el trato digno a refugiados, el apoyo a Ucrania, la presencia en la OTAN y, por supuesto, la sensibilidad elemental frente al calentamiento global. Y esas son solo las consecuencias geopolíticas. Hacia dentro del país, Trump podría aprovechar los poderes de la Casa Blanca para manipular al poder judicial, reprimir protestas, reducir aún más los derechos de las minorías y comenzar un sistema de deportación sin precedentes.
Pero, a pesar de la angustia de su posible inminencia, el triunfo de Trump no es inevitable.
No es prudente hacer pronósticos a principios de enero. La historia electoral de Estados Unidos está llena de ejemplos que sugieren cautela. Durante gran parte de la elección del 2012, Barack Obama mantuvo una cómoda ventaja sobre Mitt Romney. Al final, la elección se apretó (Obama ganó con claridad, pero tuvo que arremangarse). John Kerry parecía tener posibilidades frente a George W. Bush en el 2004, pero su ventaja desapareció durante el verano. El etcétera es considerable.
Nada está escrito.
Aun así, la pregunta persiste: ¿cómo puede perder Trump?
No será fácil. Por increíble que parezca dado que Trump enfrenta 91 cargos de enorme seriedad, Joe Biden es, hoy, más impopular que Trump. La edad del presidente tampoco ayuda. A pesar de que los dos candidatos son prácticamente de la misma edad, el electorado le cobra los años a Biden, pero no a Trump. No hay manera de evitar la edad de Biden.
Pero hay un camino. De acuerdo con un análisis reciente publicado en el New York Times, hay un límite claro para un sector crucial del electorado estadounidense, incluso para la base electoral de Trump. En varios sondeos, un número importante de votantes dicen no estar dispuestos a respaldar a Trump si es declarado culpable en alguno de los cuatro casos que enfrenta, sobre todo los relacionados con la elección del 2020. Hasta ahora, las acusaciones en su contra no solo no han minado su capital político. De alguna manera, lo han ampliado. Pero las cosas podrían cambiar si, en alguno de esos procesos que se desarrollarán este año, el jurado decide que Donald Trump es culpable de, por ejemplo, conspirar para revertir el proceso democrático del 2020 en el estado de Georgia.
El 2024 será un año crucial para la política, pero también será un año importante para la justicia. Para los demócratas, es escaso consuelo. Por ahora, no les quedan muchos más.
@LeonKrauze