Poco a poco, sin darnos cuenta avanzamos a una sociedad “consciente de la desigualdad” que en aras del combate a esta, sublima a la pobreza. Contaminados todos del populismo de nuestros políticos, festinamos sin recato las loas a los pobres y cuanta ocurrencia se anuncie para privilegiar a los depauperados, frente a cualquier requerimiento social. Los políticos, felices, porque se pone en sus manos el instrumento más codiciado, el presupuesto público, para utilizarlo con el fin de exterminar la pobreza repartiendo dinero a diestra y siniestra. Pero ante esta desbocada acción gubernamental debemos reflexionar con parsimonia, intentémoslo.
Lo primero que debemos de referir es que la igualdad no es una condición humana. Al contrario, lo que nos es común es la desigualdad, porque nuestra naturaleza es la de ser seres únicos y diferentes entre unos y otros. La naturaleza, a los entes vivos los hizo diversos. Es por ello por lo que debemos irnos con cuidado al postular a la igualdad como una preocupación fundamental de nuestra sociedad, antes que solucionar temas estructurales para poder plantear un desarrollo equilibrado.
Debemos reaccionar ante el hecho de que los presupuestos públicos son tan escasos para satisfacer los requerimientos más atingentes, que nunca serán suficientes para, a través de la dádiva, generar una sociedad en que todos tengan los mismos beneficios que los deciles más afortunados del grupo. Cuando mucho, lograríamos acercarnos al modelo castrista o norcoreano, donde todos son iguales… pero en la pobreza. No conocemos casos en que un gobierno haya resuelto el problema que plantea la indigencia, repartiendo dinero a casi todos sus ciudadanos.
¿Debemos abandonar entonces nuestra preocupación por la igualdad? Este asunto se discutió en 1539 entre el cardenal humanista Jacobo Sadoleto y el líder reformista Juan Calvino. A la pregunta del clérigo católico sobre si eran iguales los hombres, Calvino respondió: solo ante la ley. Y esta respuesta conlleva gran parte de la función primigenia de un gobierno moderno: garantizar que su gente tenga condiciones de igualdad ante la ley, desterrando la cultura de la excepción. Y fácil no está, porque toca la condición más compleja de la operación de un gobierno.
La construcción de órganos que garanticen esta igualdad requiere comenzar por contar con un poder judicial que juzgue en igualdad de condiciones a todos los que se sujeten a su potestad. Jueces, defensores y abogados honestos y capacitados, por ejemplo. Legisladores que diseñen leyes que no discriminen a individuos o grupos sociales, un Ejecutivo que haga cumplir la ley sin diferenciación entre los ciudadanos, alejado de otorgar privilegios a incondicionales, familiares o amigos. Órganos persecutores de los delitos que traten parejo a todos, sin cebarse sobre los más desvalidos. Garantías de acceso en igualdad de condiciones a servicios públicos. Solo apuntamos algunos ejemplos.
Como puede observarse, los requerimientos para forzar la construcción de un gobierno equitativo son múltiples y de difícil configuración. Es por ello que los malos políticos, defraudadores profesionales, prefieren repartir dinero a enfrentar el reto a gobernar mejor. Esta acción la acompañan con un elemento toral para encubrir la mala fe: la demagogia. Ya tendremos la oportunidad, en las campañas electorales, de verlos elogiando a los pobres y comprometiéndose a repartir y repartir lo que no es suyo, con el fin de simular que todos somos iguales.
Los resultados son aterradores. Entre gobernantes y representantes han creado una sociedad pedigüeña, amaestrada por demagogos que subliman la pobreza como estado de gracia dentro de una sociedad. Loas al pobrismo: de ellos es el reino de los cielos, afirman, y con eso engañan.
Paradoja: mientras festinamos la pobreza y ofrecemos dádivas, miles de mexicanos intentan expatriarse para vivir en un país que ha abrazado los cánones del protestantismo y conformado un gobierno que garantiza la igualdad ante la ley y premia el esfuerzo personal y diverso de cada individuo para alejarse de la pobreza. Esa comunidad aplaude la riqueza lograda con el trabajo constante, en un ambiente de libertad para emprender. Los que sufren las carencias propiciadas por nuestros malos gobernantes saben en dónde está la solución.