Hay polémicas auténticas, falsas polémicas y polémicas absurdas. La semana pasada, la campaña presidencial nos regaló una de las últimas. La candidata de la oposición cerró su primera etapa rumbo a la elección con un discurso cuya sustancia merecía análisis. Como es costumbre en la discusión pública mexicana, el debate se concentró en una ridiculez: Xochitl Gálvez apoyó su lectura en el teleprompter. Llovieron críticas, como si leer un discurso fuera en detrimento de su trascendencia o, incluso, su calidad.
El calibre del absurdo quedó claro de la manera más curiosa. Días más tarde fue Claudia Sheinbaum quien leyó su discurso de cierre de campaña. Como el de Gálvez, fue un discurso digno de análisis, como declaración de intenciones de gobierno e identidad política. ¿Cuánta importancia tuvo que Sheinbaum se apoyara en un documento en un atril antes que improvisar por completo? Ninguna.
Dentro de todo, el “affair teleprompter” invita a una reflexión más seria, ahora que estamos en la recta final rumbo a la campaña presidencial. Parte de la crítica a quien lee su discurso es que la falta de espontaneidad evita que los electores conozcan la verdadera personalidad e incluso la plataforma de los candidatos. En términos generales, esto me parece falso, pero démosle valor momentáneo al argumento.
Durante muchos años, la política electoral mexicana se redujo a una serie de rituales cuidadosamente coreografiados que beneficiaban, sobre todo, al partido hegemónico. El PRI fue un maestro de la escenografía del poder: los desfiles, los mítines, las comitivas los acarreos, las pancartas, las loas al “señor presidente”. Toda esta parafernalia afirmaba el alcance del poder del partido oficial e intimidaba a la oposición. Al votante no le sumaba absolutamente nada, salvo teatro.
De algún tiempo a la fecha, las elecciones en México han ido ganando en riqueza deliberativa. Poco a poco, los debates se han vuelto no solo obligatorios, sino sustanciosos., Prevalece el intercambio de ideas y la confrontación de proyectos. En la elección pasada, la radio y la televisión se abrieron a mesas de discusión entre las campañas y simpatizantes de cada uno de los candidatos. Todos esos ejercicios suman a la experiencia del votante, que tiene más elementos para discernir y decidir.
Toda la experiencia sobre el uso de papel o pantallas para entregar un discurso debería ser, en el fondo, una invitación para que los candidatos y sus equipos se tomen plenamente la palabra y se comprometan, no solamente a debatir de la manera más amplia y libre en los encuentros que organizará el INE, sino a participar en sesiones similares, ya sea ellos mismos o a través de representantes de sus campañas, de manera cotidiana, en los medios de comunicación y en otros foros.
Si lo que importa realmente es la naturalidad y el contraste de ideas sin ningún texto preparado o andamiaje, adelante la democracia mexicana merece ese tipo de intercambios verdaderos. No solo los merece: los necesita. Hay mucho de qué hablar sobre lo que ha hecho o dejado de hacer este gobierno al que representa y defiende la candidata del partido oficial, y mucho que discutir sobre los planes para el país que tienen en mente los candidatos de oposición.
Hay que ponerse de acuerdo y poner ya en la agenda más debates. El debate es democracia en estado puro. ¡Pa´luego es tarde!