El derrumbe del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética sepultaron la opción ideológica más potente contra la democracia liberal. De hecho, se podría argumentar que el énfasis en los derechos humanos, durante la Conferencia de Helsinki en los 70s, fue la que determinó el fin del comunismo realmente existente. Ese régimen era incompatible con los fundamentos en que se basa la idea de los derechos humanos.

Lo que se había venido edificando desde entonces era un sistema internacional de los derechos humanos que había venido permeando no sólo en la relaciones entre naciones sino al interior de las mismas.

Este proceso se encuentra en crisis desde hace algunos lustros, tras el arribo de la persuasión populista en todo el planeta. Al desafío teórico que planteó China a la interpretación occidental de los derechos humanos se ha sumado el ataque pragmático de los nuevos autoritarismos: de la Rusia de Putin al Brasil de Bolsonaro, del Estados Unidos de Trump al México de López Obrador.

En este último caso, el amague contra la idea y práctica de los derechos humanos había sido continua, aunque un tanto subrepticia. Ya no más. Recientemente, el régimen obradorista ha decidido liquidar el tono subrepticio y se ha revelado abiertamente como un gobierno hostil a los derechos humanos. En efecto, la todavía titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, Rosario Piedra Ibarra, en una comparecencia ante el Congreso de la Unión, propuso increíblemente desaparecer el organismo que dirige y reemplazarlo por una entelequia llamada Defensoría Nacional de los Derechos del Pueblo.

Nótese el cambio semántico propuesto: se deja de hablar de los derechos humanos para hablar de los derechos del “pueblo”. Recordemos que la noción liberal de los derechos humanos entraña la idea de que lo que se defiende son derechos tanto individuales como colectivos. El énfasis, sin embargo, es en los derechos individuales, pues son los individuos los que en última instancia son sujetos del derecho. En la nueva interpretación, es el “pueblo” – interpretado por el líder – el que tiene derechos. A la luz de la historia del siglo pasado, esta noción implica un gran peligro para las libertades humanas y para nuestro régimen constitucional.

Queda ahora claro por qué nuestro país es crecientemente considerado como un lugar donde no se respetan los derechos humanos. Hace unos días en Ginebra, 116 países -incluyendo Rusia y Venezuela – recomendaron al gobierno mexicano hacer cambios dramáticos tendientes a mejorar los derechos humanos, en particular de mujeres y periodistas. Es increíble que en el lapso de cinco años nuestro país sea parte de una galería de naciones que violan sistemáticamente derechos humanos.

Las palabras de Rosario Piedra son elocuentes y dicen lo que muchos temíamos desde hace tiempo: los derechos humanos de los mexicanos están en riesgo mientras el obradorismo no entienda su importancia para las libertades en una democracia republicana.

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