Nací y crecí en un país – México – sin democracia, y luego me mudé a otro – Estados Unidos – donde sí había democracia. Pero las cosas, afortunadamente y luego de décadas de lucha, han cambiado. Y hoy tengo la suerte de votar en ambos países.
Por supuesto, hay mucha gente que no está de acuerdo. Creen que solo debes votar en el país donde vives y que, si te fuiste, pierdes tus derechos ciudadanos. Pero la ley no está de su lado. Hay ciertos derechos que nunca se pierden.
Por ejemplo, la Ley de Nacionalidad aprobada en 1998 permite que los mexicanos tengamos otra nacionalidad, sin perder la de México. Y en Estados Unidos tampoco se pierde la nacionalidad por tener otra. De tal manera, que los cerca de 12 millones de mexicanos, nacidos en México y que vivimos en Estados Unidos, tenemos potencialmente la oportunidad de votar en los dos países.
La realidad, sin embargo, es mucho más modesta. En las elecciones presidenciales del 2018 en México, solo votamos 98 mil mexicanos en el exterior, en su mayoría en Estados Unidos. Pero este año el proceso es menos complicado, hay más opciones para votar y se esperan muchos más votados desde el exterior.
Se calcula que en el extranjero hay 1,4 millones de mexicanos con su credencial de elector, un requisito indispensable para votar. Sin esa credencial, no se puede. Se consigue fácilmente en los consulados y embajadas. Pero el tiempo apremia y, para quienes no la tengan ya, les quedan muy pocos días para solicitarla.
El 20 de febrero es el plazo límite que ha puesto el Instituto Nacional Electoral para registrarse como votante en www.votoextranjero.mx . Yo ya lo hice. Mi credencial de elector aún estaba vigente hasta el 2028, y pude elegir una de tres modalidades para votar: por internet, vía postal y presencial. Esto es nuevo. Además de votar por internet – algo que no podemos hacer todavía en Estados Unidos – los mexicanos tendrán la oportunidad de votar en 23 consulados , casi todos en Estados Unidos, más unos en Montreal, Madrid y París.
Estos son los datos y el proceso. Pero esto no ha detenido el debate sobre la posibilidad legal, y lo apropiado, de votar en más de un país.
Recuerdo una conversación que tuve hace años con la escritora chilena Isabel Allende, nacida en Lima, Perú, y que vive hace décadas en el norte de California, en Estados Unidos. Durante años le preguntaban, en sus presentaciones públicas, si ella se sentía más chilena o estadounidense. Hasta que ocurrieron los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York, Washington y Pensilvania. A partir de ese momento, me dijo, ya no se sentía en la obligación de elegir. Y empezó a decir que era de los dos países.
Estoy de acuerdo. Yo pasé un proceso similar. Viví casi 25 años en México y, cuando cumplí 25 años en Estados Unidos, me hice también ciudadano estadounidense. Tengo dos pasaportes, uno verde y otro azul.
Soy de México, mis raíces y memorias están ahí, mi mamá y mis hermanos aún viven en la capital, envío dinero como casi todos los mexicanos, ayudo en lo que puedo y estoy casi tan conectado con lo que allá ocurre como con lo que ocurre aquí. Pero también soy de Estados Unidos, llevo más tiempo viviendo aquí que donde nací, mi casa está en Miami, la ciudad donde nacieron mis hijos y donde trabajo hace más de 30 años, y aunque nunca dejaré de ser inmigrante, puedo decir con orgullo que soy de dos países. Esa es mi realidad. Y por eso, creo, tengo el derecho de votar en dos países.
¿Por qué es importante que votemos a los mexicanos en el exterior? Le preguntó al consejero del Instituto Nacional Electoral, Arturo Castillo Loza. “Yo daría tres argumentos”, me dijo. “Primero, porque tienes el derecho. Segundo, porque 12 millones de mexicanos pueden inclinar la balanza en cualquier elección. Y tercero, porque pensando en la cantidad de remesas – que en este año que acaba de terminar fueron cerca de 63 mil millones de dólares – indica que los ciudadanos mexicanos que viven fuera de México siguen teniendo interés y siguen teniendo vínculos con sus seres queridos de este lado de la frontera. No pierdan la oportunidad de decidir, también, la calidad de vida y el futuro de sus seres queridos.”
Para los que crecimos sin democracia, no hay nada más bello que ver contar en público los votos, como vimos hace unos días en las asambleas electorales de Iowa. Voto por voto, a viva voz ya la vista de todos. Eso es democracia. Y por eso hay que luchar en ambos lados de la frontera.