El corazón, no tiene en exclusivo la función de bombear sangre sino de administrar los sentimientos, por eso cuando te digo que te quiero, te siento ahí, como si te hiciera de mi propiedad y te asimilara como parte mía. Aunque no falta quien me contradiga y opine que eso es falso y que puede comprobarse, yo digo que sí, a estas alturas no me  importan las opiniones contradictorias. 

Hay corazones que desbordan miel, y otros quebradizos que se tratan con cuidado extremo,  algunos que tristemente se petrificaron como los fósiles o la resina de los árboles y asombrosamente se mantienen bombeando sangre, cosa que resulta  todo un misterio viviente.  

Y yo me pregunto, ¿qué clase de corazón tengo yo? A veces pienso que se ha reducido  como una esponja oprimida por una mano poderosa, otras más, lo siento colmado y lleno, satisfecho como si se expandiera hasta no caber en mi pecho. En pocas ocasiones lo he escuchado fracturarse peligrosamente, como si se hiciera una grieta en el cristal o en el hielo con temor de expandirse, y le he pedido que resista porque no podría vivir sin él, hasta el momento nadie ha logrado vivir sin corazón.

Afortunadamente no se ha roto en fragmentos, no es de la composición de la cerámica o el vidrio quebradizos para evitar estos percances. Imagínate nada más que se desgajara como los cerros marchitos, o ese fragmento, como el de una taza rota, cambiara de lugar con el movimiento, no me imagino caminar precedida de una música de cascabeles. No funciona así por fortuna, nos percataríamos si esto sucediera, algunos, seríamos solidarios, para otros, los crueles, resultaría un fabuloso motivo de burla.

El corazón tiene una fama ancestral, se ha mencionado como un órgano privilegiado más que ninguno otro de nuestro cuerpo, y es que él, tiene la facultad de alegrarse o entristecerse, es un centro mágico que me habita, hace funciones de una veleta orientadora que me dice cómo actuar. No podría decirte el timbre de su voz, porque ésta, es líquida y se riega hasta mis pequeños capilares y no hay lugar que quede exento de escucharla. Me resulta verdaderamente imposible hacer oídos sordos, es una onda sonora, una flama ardiente, un círculo concéntrico que gira en mí, es rápido como la cresta de la ola avanzando con la fuerza de la luna.

Por otro lado, es tan importante y delicado que quisiera tener dos por precaución, o tres como los pulpos marinos, pero se me ha concedido portar sólo uno, que tiene una gran capacidad y con esa basta para albergar mis afectos, y de manera increíble, siempre queda sitio aunque algunos, sin dudarlo ocupen más espacio que otros.

El otro día, mi amiga y yo platicábamos y me percaté de una cosa muy particular, sus palabras me  impactaban, sentí las mías propias brotar como un manantial profundo, y entonces supe que era una conversación de corazones. Se expresaban a través de nuestros labios hablando sin filtros ni disfraces, con una confianza plena que se ponía sobre la mesa, sin dudas ni temores, una libertad que sólo se adquiere cuando se tiene una amistad probada.

Aunque me siento muy unida con él y dicen que tiene el tamaño de mi puño, nunca lo  comprobaré pues es de las múltiples cosas que no se me permitirá mirar. Por eso y por literalmente, ser el motor de mi vida, le digo con mi voz interna: gracias por tu compañía, gracias corazón.
 

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