Hace unos días lo que pudo haber sido una tragedia terminó en profundos suspiros de agradecimiento. El hijo adolescente de una persona querida, impulsado por razones inexplicables, salió de su hogar sin dar aviso a sus padres. Al caer la noche, el corazón angustiado del padre le llevó a pedir ayuda e informar a la central policiaca. Su angustia se volvió mía, reviviendo los días en que mi hijo mayor, envalentonado, decidió abandonar el hogar, terminando su desafío en un camping frente a la puerta de casa con la manta protectora de los ojos de nuestros vecinos.
Los tiempos cambian y las circunstancias nos exponen a innumerables peligros en las calles, haciendo que temblemos con pavor. En esta situación desesperada mi amigo buscó ayuda y la sorpresa fue mayúscula al vivir la empatía, así como el apoyo y observar la cantidad de recursos logísticos que poseen nuestros cuerpos policiacos.
De cerca pude mirar la labor de estos nuestros héroes silenciosos, operando desde las sombras, sin buscar alabanzas ni reconocimientos. Nuestros policías son la columna vertebral de la seguridad pública, desempeñando un papel crucial que a menudo pasa desapercibido. Por eso, esta columna honra su labor entregada y el sacrificio desinteresado que hacen para protegernos, incluso descuidando su propia seguridad y la de sus familias.
En cada rincón de nuestras comunidades, ya sea en frío o calor, con hambre y sed, hombres y mujeres visten un uniforme policial trabajando desde el honor para mantener el orden. Su labor va más allá de aplicar la ley; son faros de esperanza en momentos de crisis.
El trabajo de un policía es una sinfonía de valentía, ética y compromiso. A menudo se enfrentan a situaciones peligrosas, al rechazo de la población y a pesar de todo, deciden arriesgar sus vidas para salvaguardar las nuestras y encontrar y defender a nuestros hijos. Destacar la resistencia emocional de los policías es fundamental; deben lidiar con la carga psicológica al presenciar escenas impactantes y reducir la escoria humana para evitar el daño al desamparado. Ahí donde tienes miedo, ellos entran. Lo que no puedes ver ellos descubren. Sus miedos se congelan para defender, sus brazos se abren para cobijar cuando no hay nada que hacer.
Es deber ciudadano tomar conciencia de su valor, brindarles apoyo sincero a estos héroes cotidianos, asegurándonos de que tengan acceso a recursos y programas que fomenten su bienestar y salud mental. Si está en tus manos, bríndales tu saludo, ofréceles un refresco, dales tu respeto, reconociendo que hacen lo que nosotros no podemos.
Recordemos que ellos también sienten, se conmueven, sufren, tienen familias, sueños y aspiraciones. La carga que llevan es más pesada de lo que la mayoría podemos imaginar. Al apreciar su labor, no solo honramos a los guardianes de nuestra seguridad, sino que también fortalecemos el tejido mismo de la sociedad que han jurado proteger. Su sacrificio es una llama que ilumina esta oscuridad, recordándonos que, gracias a ellos, podemos vivir en un mundo un poco más seguro.
¡Dios los bendiga! En mis oraciones, con gratitud, siempre están.
RAA