~ Lo que mancha al hombre es lo que sale de su interior ~
Siguiendo con su enseñanza sobre lo puro y lo impuro, Jesús les expone un principio válido para judíos y no judíos: nada externo puede separar al hombre de Dios. Pues es en el corazón del hombre, entendido como centro de nuestra persona, como nuestro “yo” abierto a los demás y a Dios, donde se genera lo impuro.
Jesús les pone en claro, que la relación con Dios no depende de la observancia de gestos y normas inventadas por la tradición, sino de la sana relación con los demás.
Es probable que para nosotros, que respiramos en el ambiente un espíritu crítico y racional de nuestra relación con Dios, sea más sencillo, entender que lo de afuera no mancha nuestra persona interior. Pero:
¿Es verdad que hacemos la vida diaria con esta claridad?
¿Es cierto que no somos fariseos al juzgar a los demás y al relacionarnos con Dios?
¿Dónde está lo puro en nuestras producciones diarias, en nuestra relación con Dios y con los demás?
Lo mejor de este Evangelio, lo esperanzador de Jesús, para nosotros hoy, radica en esto: en que podemos vivir la libertad interior y exterior que nos da nuestra relación con Dios; solo basta una cosa, estar atentos a las producciones de nuestro corazón, cuidar que nuestras acciones consideren siempre la bondad hacia los demás.
¿Qué tan puros somos?
Oración:
Señor Jesús, me descubro impuro en mi corazón, y esto me avergüenza. Reconozco que a veces he pretendido limpiarme por fuera, pero mi conciencia me siguió declarando mi impureza. Libérame de estas pretensiones o aires de pureza y hazme más humano.
Que junto con los míos, en mi hogar, redescubramos el gozo de vivir sin malas intenciones y sin maldad. Amén.