La Rusia de Vladimir Putin ha hecho de la propaganda y la desinformación un modo de vida. La intervención rusa en distintos procesos electorales en el mundo es un hecho comprobado. El establecimiento de agencias de información dedicadas explícitamente a la difusión de los intereses y la agenda específica del gobierno ruso y el uso de voces afines -la mayoría de ellas a sueldo- para propagar y establecer la narrativa y los intereses rusos también están más allá de cualquier duda. Vladimir Putin tiene un aparato, financiado por el Estado ruso, dedicado específicamente a desestabilizar a los oponentes políticos de Rusia -los reales y los que Putin se inventa cada semana-, persuadir a millones de incautos de las supuestas virtudes de un gobierno que, en la realidad, es represor, imperialista y enormemente violento.
A la cabeza de todo está el propio Putin, que controla, desde su delirio creciente, el rumbo y el destino de su país.
Conforme han pasado los años, Putin se ha blindado frente al escrutinio de toda índole. Para el periodismo genuino, Putin se ha vuelto inalcanzable. Desde antes de la injustificable explosión asesina que ha sido la guerra en Ucrania, rara vez abrió las puertas del Kremlin para enfrentarse con periodistas interesados en hacer entrevistas de verdad. Hace algunos años le dio una serie de entrevistas al cineasta estadounidense Oliver Stone. Aunque están lejos de ser lo exhaustivas e inquisitorias que una figura como Putin merece, las conversaciones tienen mérito. Hay otros, muy pocos ejemplos antes de Ucrania.
Después de Ucrania, Putin se ha aislado por completo. Corresponsales de larga trayectoria y experiencia en Moscú han solicitado entrevistas con el presidente ruso, solo para encontrar dilaciones o negativas. Así lo he explicado, por ejemplo, Steve Rosenberg, el célebre corresponsal de la BBC.
Para Putin, como para otros autócratas o aspirantes a dictador, el cálculo es simple. ¿Para qué arriesgarse a un intercambio con un periodista auténtico, cuando el énfasis está en la difusión de propaganda? Para un autócrata como Putin, las cuentas no salen: el periodismo resulta más costoso que benéfico.
Por eso Putin, como otros, optan por abrir las puertas a propagandistas. El más reciente, en el caso del Kremlin, ha sido Tucker Carlson, el expresentador de Fox News y actual productor de contenidos en Twitter, que alguna vez fue periodista y ahora se dedica, por motivos diversos seguramente encabezados por la ambición personal, a dar micrófono y pantalla a gente como Putin.
El propagandista Carlson viajó a Moscú y se sentó frente a Putin. Carlson presentó la ocasión como una entrevista. No lo fue. Fue un foro abierto para que Putin aprovechara el espacio y estableciera, sin ningún tipo de interrupción o desafío periodístico, su visión de la historia, la justificación de sus acciones recientes y sus aspiraciones siguientes. Putin mintió repetidamente, presentó una versión falsa de la historia (regresando incluso a la Segunda Guerra Mundial y más allá), se regodeó en teorías de la conspiración, espetó acusaciones sin sustento y amenazó a diestra y siniestra. De paso se burló cuando quiso de Carlson, que lo miraba con una combinación entre perplejidad, reverencia y simpatía.
Carlson rara vez interrumpió a Putin, sonriéndole como un estudiante de periodismo que se topa por primera vez con la oportunidad de hacer preguntas.
Al final, el encuentro con Putin resultó una derrota para el propagandista que pretendía ser periodista. Sin confrontación no hay revelación. Y sin revelación no hay periodismo. Hay propaganda.
Por lo mismo, el foro con Carlson fue un triunfo para Vladimir Putin, al menos desde la óptica de sus intenciones explícitas: tergiversar los hechos, tratar de establecer una justificación para lo injustificable, rescatar su lugar en la historia.
Todo esto, al mismo tiempo que en Rusia siguen presos auténticos periodistas, como el corresponsal del Wall Street Journal, Evan Gershkovich o Alsu Kurmasheva, editora de Radio Free Europe. Ninguno de los dos tendría acceso directo a Putin porque cualquiera de los dos le haría el dictador ruso, las preguntas realmente incómodas, realmente importantes, de verdad periodísticas. Para desgracia de Putin, sin embargo, el juicio real de la historia no lo escriben los protagonistas ni los propagandistas, o no siempre. En su caso, la atrocidad y la locura -junto con la manipulación de la verdad- conocerán la luz a perpetuidad.
@LeonKrauze