“Hoy, desde el poder, quien llegó a ese primer piso por la libre voluntad de la ciudadanía, pretende destruir esa escalera para que nadie más pueda transitarla”.
Lorenzo Córdova
La elección de 1988 obligó a repensar la democracia mexicana. El fraude electoral contra Cuauhtémoc Cárdenas, al amparo de una Comisión Federal Electoral comandada por el propio secretario de gobernación, Manuel Bartlett, presentó a México ante el mundo como una dictadura, la “dictadura perfecta”. Por eso el candidato ganador, Carlos Salinas de Gortari, quien asumió la Presidencia con una legitimidad muy cuestionada, decidió reformar las instituciones.
En su sexenio hubo no una ni dos sino tres reformas electorales, en 1990, 1993 y 1994. Las tres se negociaron con la oposición, las tres representaron avances. Para las elecciones de 1994 la CFE de Bartlett fue reemplazada por el Instituto Federal Electoral. Si bien Jorge Carpizo insistió en que quedara bajo la Secretaría de Gobernación, ya el consejo general tomaba decisiones de manera independiente. Ernesto Zedillo transformó en 1994 la Suprema Corte y creó un nuevo poder judicial con salvaguardas de independencia. El presidente no conocía a ninguno de los ministros que propuso en las ternas y que fueron nombrados por el Senado. Zedillo hizo también una reforma electoral adicional en 1996. Un año después, el PRI perdió por primera vez la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. En el 2000 las nuevas leyes permitieron el primer triunfo de un candidato de oposición a la Presidencia.
Se inauguró así la era de la alternancia de partidos en el poder. Nunca en la historia del país habíamos tenido esa característica de las verdaderas democracias. “Hoy todo esto está bajo amenaza -dijo Lorenzo Córdova este 18 de febrero, en la concentración por la democracia en el Zócalo–. Déjenme decirlo así: nos pasamos más de 40 años construyendo una escalera, cada vez más sólida, cada vez más robusta, cada vez más firme, para que quien tuviera los votos pudiera acceder al primer piso y hoy, desde el poder, quien llegó a ese primer piso por la libre voluntad de la ciudadanía pretende destruir esa escalera para que nadie más pueda transitarla”.
El presidente ha respondido con burlas, descalificaciones e insultos. “Se disfrazan de demócratas cuando eran los más tenaces violadores de los derechos del pueblo -dijo en su mañanera de ayer–. ¿Cuál es la democracia de ellos? Pues la que funciona nada más para parapeto cuando en realidad lo que había era una oligarquía corrupta. Lorenzo Córdova, ¿con qué autoridad moral?, si él era un empleado de Peña. Peña le ordenó que le diera candidaturas a quienes ni siquiera reunían las firmas para ser candidatos”. Los llamó incluso racistas.
Al presidente le ha funcionado la fórmula de descalificar a quienes piensan diferente. Eso le permitió, junto con las instituciones independientes creadas por las reformas liberales, subir la escalera que lo llevó a la Presidencia. Ya en el poder le ha permitido imponer su voluntad. Pero quiere más. Con sus nuevas iniciativas busca regresar a tiempos anteriores incluso al PRI de López Mateos, quien por lo menos dio a la oposición los diputados de partido, antes de que tuviéramos una justa representación proporcional de las minorías. Quiere llevar al INE a los tiempos de esa Comisión Federal Electoral en que Bartlett imponía la voluntad del gobierno. Desea volver a los tiempos en que ministros, magistrados y jueces eran impuestos por el partido hegemónico.
López Obrador dice que él es el verdadero demócrata, y que todos los que se le oponen son miembros de la oligarquía. Olvida que la democracia requiere de instituciones que protejan a las minorías. El problema es que él quiere todo el poder.
Minorías
La muerte de Alexei Navalny, bajo custodia del régimen de Vladimir Putin nos recuerda los abusos que se cometen en una sociedad sin contrapesos al poder. Los gobernantes autoritarios, como Putin y Nayib Bukele, pueden ser muy populares, pero eso no les da derecho de violar los derechos de las minorías.
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