El viernes pasado, autoridades penitenciarias rusas reportaron la muerte en prisión del líder opositor Alexei Navalny. La versión oficial es que Navalny, un hombre de 47 años que apenas un día antes había aparecido sano y de buen humor en una audiencia en la corte, colapsó después de una caminata. A la madre de Navalny le dijeron que su hijo había muerto “súbitamente” por un aparente problema cardiaco. Algunas versiones de prensa han rescatado testimonios de testigos que sugieren que el cuerpo de Navalny presenta lesiones de distinta índole. Las autoridades rusas podrían resolver esta especulación devolviendo el cadáver a sus familiares. Han hecho lo opuesto. Hasta el domingo por la tarde, no habían liberado el cuerpo de Navalny.

Quizá nunca sabremos si Alexei Navalny fue asesinado a finales de la semana pasada. Lo que sí sabemos es que el sistema represor que encabeza Vladimir Putin había querido matarlo antes. En 2017, desconocidos le rociaron el rostro con una sustancia química.

Navalny aseguraba haber perdido parte de la vista por el ataque. En 2020, sobrevivió un atentado mientras volaba a Alemania. Lo envenenaron con un agente nervioso desarrollado en los años 70 en la Unión Soviética conocido como Novichok. De acuerdo con una investigación de la organización de periodismo independiente Bellingcat y CNN, un grupo especializado en agentes nerviosos perteneciente a la FSB, la agencia de seguridad rusa, había seguido a Navalny por años. Navalny consiguió tiempo después que un miembro de la FSB le confesara la responsabilidad del grupo de agentes en el atentado.

Navalny sabía que su vida corría peligro. Lo sabía por lo que había vivido, pero también porque conocía perfectamente los alcances homicidas del régimen de Putin. En 2015, el líder opositor Boris Nemtsov fue asesinado en Moscú, a poca distancia del Kremlin. A Nemtsov también lo había seguido por meses un grupo de la FSB. Hay muchos otros ejemplos. Alexander Litvinenko, Sergei Skripal o Anna Politosvskaya son apenas algunos de los políticos, activistas o periodistas que estuvieron a punto de morir o murieron en circunstancias misteriosas por desafiar el poder de Vladimir Putin. La misma suerte han corrido algunos de sus antiguos aliados, como Yevgeny Prigozhin y Boris Berezovsky.

La sospechosa muerte de Navalny es una muestra más de la feroz represión del disenso político que Vladimir Putin ha impuesto en una Rusia donde la libertad se extingue cada día más. Hay al menos 550 personas encarceladas por oponerse abiertamente al régimen putinista: al menos medio millar de presos políticos. Pero Navalny era, a pesar de su encierro, la figura opositora más prominente. Putin también ha puesto en la mira a los periodistas. Hay una larga lista de periodistas presos en Rusia por hacer su labor, entre ellos dos estadounidenses de alto perfil, Evan Gershkovich y Alsu Kurmasheva.

Dentro de un mes, entre el 14 y el 17 de marzo, habrá elecciones presidenciales en Rusia. Ante la falta de opositores reales y bajo el manto de la propaganda y la represión, es seguro que Putin será elegido para su quinto periodo como presidente de Rusia, que terminaría en 2030. Todo esto, mientras Putin prosigue en un conflicto injustificable contra un país soberano, por la que ha sido acusado de atroces crímenes de guerra.

Ese es el gobierno contra el que luchó Alexei Navalny, hoy muerto.

Y ese es el gobierno con el que simpatizan muchos en México, incluido, está claro, muchos en nuestro propio gobierno. Una vergüenza histórica.

@LeonKrauze

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *