“A quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”, reza el adagio griego atribuido a Eurípides. Nada alarmaba tanto a los antiguos como la hybris: la desmesura que solía aquejar a los poderosos. Los ejemplos abundan: monarcas que, sobre todo en sus últimos años, son arrebatados por una excesiva confianza en sí mismos que los torna erráticos, maniáticos y rabiosos. De Nabucodonosor a Ricardo III o de Calígula a Enrique VIII: los soberanos que se ven a sí mismos como salvadores incomprendidos, víctimas de oscuras conspiraciones, se prolongan hasta nuestros caudillos de los siglos XX y XXI. Si el poder aísla y enajena, verse condenado a perderlo, como ocurre en las democracias, suele acentuar la paranoia y el narcisismo.
En las últimas semanas, el presidente Andrés Manuel López Obrador luce como otro de esos líderes que se muestran arrebatados por Ate, la diosa de la fatalidad. Nunca lo caracterizaron su templanza o su mesura, pero ese carácter terco e irredento que en otras ocasiones lo llevó a sortear un sinfín de adversidades, a combatir con éxito a sus adversarios y al cabo a entronizarse, hoy lo enfila hacia la hamartía, ese error fatal que sellaba el destino de los personajes de la tragedia ática. No solo es el hombre más poderoso en un país ansiosamente presidencialista -antes que él, Salinas o Calderón también fueron víctimas de su propia hybris-, sino alguien que cada mañana se planta en el foro a vociferar por horas contra sus enemigos, reales o imaginarios. Un hombre, pues, que necesita una visibilidad y un aplauso redoblados en su condición de showman y líder de masas.
La desmesura se hallaba ya en su decisión de presentar veinte iniciativas de reformas constitucionales y legales en sus últimas semanas en ejercicio: un desaforado anhelo por perpetuarse en espíritu al imponerle una minuciosa agenda de trabajo a su sucesora. Desde entonces, su irritación cotidiana se ha acrecentado. Poco importa que todas las encuestas exhiban sus altos índices de popularidad o el inminente triunfo de su candidata: nada lo contenta, nada lo atempera, nada lo satisface. Su única ambición, en este punto, no consiste en cumplir con su programa o asegurar su continuidad, sino con pasar a la historia. Para su desgracia, esta obsesión y este exceso están destruyendo su legado: en vez de que se le recuerde como el Presidente que apostó por los pobres -y el que por fin se atrevió a aumentar los salarios mínimos-, está a punto de convertirse en el caudillo errático y furibundo de estos días.
Las endebles evidencias en torno al financiamiento de sus campañas con recursos del narcotráfico han bastado para desquiciarlo. En vez de acentuar su temple desmintiéndolas o ignorándolas -se trata de investigaciones que, por una razón u otra, Estados Unidos decidió no continuar-, prefiere verse en medio de una gigantesca conspiración orientada a empañar su figura. Su atrabiliaria decisión de compartir el teléfono privado de una periodista del New York Times -que le ha arrebatado el epíteto de “pasquín inmundo” a Reforma-, y su empecinamiento en que volvería a hacerlo son síntomas preocupantes de su narcisismo herido. El que luego asegurara que su autoridad está por encima de la ley -él, que tantas veces citó a su admirado Juárez- lo enfila hacia un despotismo enmascarado.
AMLO insiste en presentarse como el Presidente más vituperado de la historia -un dato sin duda falso-, cuando ha sido el que más se ha empeñado en denostar, desde su tribuna, hasta el último de sus críticos. No deja de resultar, sí, trágico observar cómo quien denunció valerosamente la ilegal intromisión de Vicente Fox en las elecciones hoy la imita con descaro en contra de la candidata de la oposición. Hay en su desasosiego algo lacaniano: nada ansía tanto como el amor de todos los ciudadanos cuando es él mismo quien día con día repudia a buena parte de ellos. Los trágicos buscaban despertar en el público compasión y pánico ante el infausto destino de sus protagonistas: las mismas emociones que lo asaltan a uno frente a la hybris y la hamartía de este postrer y enfebrecido López Obrador.
@jvolpi