Hoy se detuvo el tiempo, lo vi sentarse en la banca y soltar su equipaje, dijo que estaba cansado de arrastrar ese peso que se acumulaba con los años. Yo lo observé distraída sin hacerle mucho aprecio porque suele ser muy necio y no entiende razones. A veces transcurre despacio, otras sumamente lento, no escucha que debe aminorar su paso cuando tenemos celebraciones  y estamos pasando un buen rato. No, eso lo tiene sin cuidado, dice que tiene que respetar sus reglas, mismas que en este momento está infringiendo. 

Sin embargo, comenzaron a transcurrir las horas y llegó la tarde precipitada menguando la luz del sol que se desplazó por el cielo, y hasta entonces me di cuenta que su asiento estaba vacío, probablemente se sentó solo un momento y había reanudado su labor, seguramente fue cuando atendí el teléfono, que él recapacitó y se echó a andar de nuevo.

En su premura, no se percató que había olvidado una maleta, misma que abrí con indiscreción, pues ¿quién no quiere mirar el bagaje del tiempo? Para mi decepción estaba vacía, no sé lo que pretendía encontrar, prendas de ropa o fotografías que me revivieran mis años pasados, sí, esas que enmarcamos para perdurar por siempre posando con sonrisas frescas a la cámara. 

Estaba en medio de esas elucubraciones, cuando sentí tus manos pequeñas acariciando mi cara, la sensación de tu peso liviano en mis brazos, y supe que esa maleta estaba llena de ti de todas tus sensaciones, y yo al abrirla, como una parvada se dispersaba revoloteando inquieta.

Con mi mirada interna (era una maleta de sensaciones), te escuché correr y esconderte tras las columnas jugando al escondite, ya habías crecido en tan solo unos momentos. Después te escuche reír, y yo me reí contigo en una confusión de tiempos que corrían sorprendidos por mi patio sin entender, cómo se había permitido que se trastocaran los años nuevos con los años viejos.

En uno de tus escapes, me rodeaste cerrando mis ojos con tus manos tibias mientras me decías, ¿adivina quién soy? Como si no lo supiera, más tú inocencia me lo repetía. ¿Sabes quién eres tú? te dije, eres quien le dio motivo a mi vida haciendo fructificar mis días, fuiste la razón que necesitaban mis labios y mis brazos, quien me dio la experiencia increíble de sentir  el corazón compartido y experimentar su capacidad de amar. Tú, fuiste el que se hilvanó en mi vida con hilos invisibles y por eso te siento en cada uno de mis sentidos, porque me ayudaste a ser una persona más completa, ese, ese eres tú, te dije. 

No supe si lo comprendiste, porque eras pequeño, pero te reíste alegre con esa risa pronta que brotó ligera porque te sentías amado y confiado, sabías que contabas con un refugio en mi corazón, un escondite particular, una guarida incondicional a donde siempre tendrías acceso.

Mire al lado de la banca y la maleta había desaparecido, supe que esas sensaciones de ti también partirían, comprendí que el tiempo sería el actual y que continuaría empacando maletas de recuerdos hasta el momento de mi partida. Así, como si contáramos con toda la tarde, te dije que permanecieras conmigo, y esos momentos mágicos, transcurrieron en un abrazo donde escuché nuevamente tu corazón de niño.
 

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