Sus ojos ambarinos mantenían aún la dulzura de la niñez, quizá por eso temblaban candorosos al recordar tan ingrato momento “Él tendría unos 14 años, yo, quizá unos 5. Era cariñoso, amable. Como en un sueño, recuerdo que con manos diestras descalzó mis piernas, para decirme que jugaríamos al doctor; su hermana, varios años mayor a él, me miró desnuda y decidió escupirme no sé cuántos pecados. Desde ese día vivo encerrada en estas celosías de prejuicios, acusada de no sé cuántas infracciones. Reconozco ahora la inutilidad de explicarle a mi madre que no tenía ni idea de la vileza, que no sabía cómo era que mi persona provocara a otro daño. De más contarte que la pariente me había clasificado de entre las peores, la de más baja ralea”. 

¿Cuántas niñas han sido sometidas a duras reprimendas por abusos que no son capaces de reconocer, y después de los años siguen amarradas? ¿Cuántas mujeres son minimizadas, ridiculizadas bajo estigmas prejuiciosos? ¿de qué tamaño son los cajones en los que caben las bonitas e inteligentes? ¿qué frase canalla, se anuncia silenciosa para la que reclama su derecho de vivencia?

Estas letras son una oda para aquellas que, en esos siglos de la historia, tejieron con hilos de silencio las vidas de otros, quienes lograron con su tenacidad, resiliencia y sagacidad un universo diferente y de alternancias. No se lucha uno contra el otro, no se busca cuantificar quién es más capaz, solo se alza la voz que rompe y desafía cadenas, desenreda raíces, prejuicios y roles. Las mujeres no somos flor, menos aire, aún menos poema, tampoco nos recubrimos etéreas.

Somos guerreras, caseras, cotidianas que en las tempestades encontramos refugio y albergue para los nuestros. En nuestro cuerpo reside la ternura de la creación, se forman los hombres y mujeres que pisarán mañana los campos, que decidirán los cambios que transformarán la ruta de los vientos. El valor no se mide en comparación con nuestro par, sino en la dimensión de amar, entregar y dar. Se nace niña, mimada por la naturaleza, se trabaja mujer desde las estrechas trincheras del día a día que nos señalan senderos de gloria para caminarlos con nuestros pares, sin pasos cortos, con pasos a la medida. 

Cada uno diferente, ambos pilares de esta humanidad, equilibrio perfecto e independiente. No buscamos competencias, sino danzar con los ritmos de la equidad que avanza serena y da paso a la libertad. Ambos revolucionarios, combativos, temerarios, curiosos que entrelazan sus manos para tejer la estructura de esta vida. 

Ruego a Dios que la historia no olvide las batallas silenciosas de tantas mujeres que con sonrisas eternas encontraron espacio en sus manos laboriosas para abrir tantos candados, para acallar las voces ofensivas, para detener las manos injuriosas, el abuso sistemático. Sus silencios sumados a tantas acciones emprendidas nos dieron gran parte de la libertad que hoy disfrutamos. Muchas luchas que parecían inútiles fueron fundamentales para lograr igualdad, justicia, desarrollo y sobre todo el reconocimiento que por derecho de nacimiento hemos ganado, sin fusiles y en silencio.

 

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