La campaña de Xóchitl Gálvez no ha resuelto sus contradicciones. Sigue siendo una campaña que arranca y se detiene, que da un campanazo y se atasca poco después. No ha logrado cuadrar el sentido de la coalición que la respalda ni formular una propuesta que sea, al mismo tiempo, sensata y atractiva. Lo que conocemos de su plan de gobierno, que no es mucho, es un listado de iniciativas dispersas que no encuentran una cuerda de enlace y que están lejos de presentarle a la ciudadanía un relato seductor.
Al terminar la precampaña hizo el bosquejo de tres prioridades que podrían ser la varilla de un discurso coherente, pero no ha construido sobre ellas. Si el régimen hereda mentira, inseguridad y centralización, la opositora debe darle contenido a la alternativa que bosquejó entonces.
Pero esta elección no es una ordinaria. Creer que hoy está en disputa simplemente el nombre de la futura presidenta de México, es no comprender lo que se decidirá en la elección de junio. No está en juego el gobierno, lo que está en la cuerda es el régimen democrático.
No tiene sentido hablar del mérito de las propuestas, de la solidez de las trayectorias, de la viabilidad de las promesas si no nos damos cuenta que se nos invita a desmontar definitivamente los contrapesos y a sofocar los espacios de la pluralidad. Ese es el eje de la elección de junio: un referéndum sobre la democracia liberal.
No exagero. En blanco y negro, en papel oficial, con todo detalle se ha hecho público el proyecto de un Nuevo Régimen. No hay ambigüedades en el boceto del oficialismo. Se trata de un trabajo de precisa ingeniería de demolición. Durante cinco años, la presidencia ha ubicado los focos de resistencia constitucional y ha colocado en cada uno de ellos el explosivo que los haría desaparecer.
El diagrama que se nos presentó el 5 de febrero es clarísimo: se trata de reventar cada una de las instancias que limitan la arbitrariedad política y que han puesto límites al capricho presidencial. Se trata de trastocar definitivamente la fuente de las autonomías y de aplastar la diversidad parlamentaria para hacer de la representación el monopolio de quienes rehacen las reglas. Eso es lo que está en juego.
Escuché recientemente a Blanca Heredia defender a la candidata del oficialismo con un curioso alegato salinista. Podrá ser aburrida, pero es competente. La presidenta no debe ser entretenida sino eficaz. A Gálvez la invitaría a una fiesta, pero si tengo un problema, le llamaría a Claudia Sheinbaum. Yo no haría ni una cosa ni la otra.
Sugiere Heredia que Sheinbaum es una tecnócrata de izquierda y podría pensarse que, en alguna medida, lo es. Es una mujer de ciencia que examina datos y experiencias, que explora alternativas, calcula costos y resuelve con aplomo lo que resulta mejor para el interés público. Sheinbaum sabe hacer cuentas, pero también sabe ignorarlas si se atraviesa la ideología o el compromiso con el caudillo. Pero, más allá de la tensión entre ideología, lealtad y técnica, lo que representa Sheinbaum es la demolición de la democracia de los límites y los equilibrios.
Sigamos la pista que ofrece Heredia e imaginemos que llamamos a la experta para resolver un problema latoso. Pensemos en la Doctora Sheinbaum como experta en plomería que, para resolver la baja presión de mi regadera o la fuga en el lavabo me exige que le entregue las escrituras de mi casa. Si confías en mí para resolver tus problemas, dame las llaves de tu casa, la factura de tu coche y las contraseñas de tu sistema de seguridad.
Ese es el significado del Plan C para el que Sheinbaum pide el voto. No se trata de contratarla como técnica sino de entregarle un poder sin restricciones. Un acto de fe que abandona toda prevención. Contrátame. Soy experta. Si tiro los muros de la cocina, si remodelo el baño como me gusta a mí, no podrás acudir a nadie para protestar. No podrás examinar la manera en que gasto tu dinero ni qué materiales uso en las reparaciones. Usaré las escrituras de tu casa y todas las prendas que me entregaste para tu propio beneficio. No te arrepentirás. y si te arrepientes, no podrás hacer mucho.
Tiene gracia que eso que llaman “Humanismo mexicano” desentierre el viejo alegato salinista. Confía en la técnica y despréndete de toda absurda precaución.