México tiene sed y no solo de agua, sino de justicia, de justicia social, de servicios de salud, de medicamentos; sed de paz, de buenas noticias; sed de cultura, de educación, de prosperidad y de bienestar, sed de seguridad, de empleos productivos, sed de crecimiento económico, sed de modernidad, sed de respeto internacional, en fin, sed de reconciliación nacional, sed, en todos los órdenes de nuestra convivencia ciudadana.

Hace 20 años publiqué México Sediento, una novela apocalíptica que, desde aquel entonces, abordaba la posibilidad de un ultimátum hídrico en la ciudad de México, una de las urbes más pobladas del planeta. El calentamiento global ya causaba estragos.

¿Por qué se adoraba a Tlaloc con tanta pasión y devoción? ¿Por qué las epidemias y los pueblos fantasmas? ¿Por qué la desaparición de la flora y de la fauna? ¿Por qué la importación de granos? ¿Por qué la tierra recalcitrante? ¿Por qué la muerte de ríos y lagunas? ¿Por qué las presas vacías? Por la sequía, sí, por la sequía. En lugar de reforestar, desertificamos el territorio en un 70%, no cancelamos las talas clandestinas y entubamos ríos, como el de la Piedad, San Joaquín, Mixcoac y Churubusco, entre otros más, algo así como si los franceses entubaran el Sena o los ingleses el Támesis. Una brutal irresponsabilidad.

Según Conagua, hoy 60% del territorio está en grave sequía y advierte que el próximo 26 de junio será el Día Cero, una fecha fatal en la que no habrá agua suficiente para abastecer a los habitantes del Valle de México. El servicio meteorológico dictaminó que 2023 fue el año más seco de la historia.

AMLO conocía la gravedad del desafío ambiental como jefe de Gobierno y como presidente y, sin embargo, en lugar de invertir decenas de miles de millones de pesos en la construcción de infraestructura hidráulica, como las plantas de tratamiento de agua y de recargar el acuífero, entre otras tantas obras más, desperdició billones de pesos en la cancelación del AICDMX, en el AIFA, en el tren maya, en Dos Bocas, obras suicidas que nacerán quebradas, en lugar de abastecer de agua a la capital de la República y al resto del país. 

A AMLO le importa más el petróleo que el agua de la que dependen 130 millones de compatriotas. Ha subsidiado a PEMEX con 250 mil millones de pesos anuales desde que tomó posesión, sin olvidar que gastaron 400 mil millones de pesos en el subsidio a las gasolinas y se recortaron el 35% de los recursos a Conagua, al sistema Cutzamala y al Sacmex para la compra de voluntades electorales. 

Los capitalinos no imaginan la posibilidad de que al menos 8 millones de escusados existentes en la CDMX y áreas conurbadas no podrían ser evacuados, en la inteligencia de que a falta agua, 22 millones personas o los millones que desee el lector, se verían obligados a hacer sus necesidades a las calles. ¿Está claro el origen de la peste y de la mortandad que nos acecha? Más aún: las plantas hidroeléctricas no podrán generar electricidad por falta de presión, por lo que buena parte de la ciudad se quedaría a oscuras con los refrigeradores apagados. Las moscas se ocuparán del resto.

La Secretaría de Gobernación tendría que publicar hoy una declaratoria de urgencia nacional, solo que López Obrador echó mano del FONDEN, del Fondo de Desastres Naturales y ahora se carece de recursos para enfrentar esta pavorosa crisis hídrica. Ni AMLO ni Sheinbaum pueden alegar que el desastre hídrico de México se debe al calentamiento global, porque la inmensa mayoría de las grandes urbes del mundo lo padecen y, sin embargo, no morirán de la sed ni de la peste, ya que invirtieron oportunamente sus impuestos en la construcción de obras de infraestructura hidráulica, en lugar comprar voluntades electorales para instalar una nueva dictadura y eternizarse en el poder. Si no llueve pronto, muy pronto, asistiremos a un infierno hídrico y sanitario inimaginable. 

La catástrofe hídrica y sanitaria no solo es consecuencia del calentamiento global. Aquí hay dos culpables: ni AMLO ni Sheinbaum tomaron las debidas previsiones adelantándose a la inminente catástrofe. La nación y los capitalinos nos constituiremos en jueces implacables y dictaremos nuestra sentencia inapelable el próximo 2 de junio en las urnas.

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